El arte nos regala hermosas historias de amor, y esta es una de ellas. Transcurre en Chipre, una bella isla del Mediterráneo oriental, la tercera en tamaño después de las italianas Sicilia y Cerdeña. Se ubica muy cerca de Turquía, Siria y el Líbano, en Asia Menor.
Como curiosidad podemos añadir que posee dos cordilleras de origen volcánico, casi paralelas en su relieve. Una de ellas ostenta en su altura máxima el llamado monte Olimpo, con casi dos mil metros sobre el nivel del mar.
Cuenta la leyenda que en el Chipre de la Antigüedad, vivió un exigente rey de nombre Pigmalión, quien –como muchos hombres hoy en día- soñaba con conocer y conquistar a la mujer perfecta para hacerla su esposa. Pero por mucho que buscaba, por supuesto, no hallaba a su pareja ideal.
Era Pigmalión, además de rey, un escultor talentoso. Para evitar sentirse solo, comenzó a rodearse de bellas estatuas creadas con sus propias manos, que le hacían compañía. Una de sus preferidas fue bautizada por el soberano con el nombre de Galatea. Se trataba de la efigie de una mujer de proporciones perfectas, realizada en marfil.
En cierta ocasión, perturbado en medio de su soledad, el monarca soñó que Galatea cobraba vida. Al tocarlo, el marfil perdía su frialdad y era suave como la piel femenina. Incluso reaccionaba a su tacto.
La diosa del amor, Afrodita, conoció del sueño y le ofreció su apoyo para hacerlo realidad. Ya despierto, y presa de una total ansiedad, Pigmalión fue testigo de la transformación de su creación escultórica en un ser humano vivo.
La leyenda no incluye el desenlace de la historia. No sabemos si realmente fue Galatea, hecha carne, la compañera ideal del soberano, o una nueva frustración para su narcisista ego.
Pero la psicología y la psiquiatría modernas han denominado Efecto Pigmalión al prejuicio que lleva a hacer realidad aquello que soñamos en demasía, claro está, si ponemos, consciente o inconscientemente, todo nuestro empeño en lograrlo.
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