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Irene Curie junto a Marya Slodowska. |
En el París de 1897, adornado por los visos de la Belle Epóque, vio la luz por vez primera una niña singular. Nacida el 12 de septiembre, de padres científicos, aprendió pronto todo lo relacionado con las ciencias naturales y también de poesía y de radicalismo político, influencias que le transmitió su abuelo Eugenio, quien la cuidaba para que sus padres pudieran trabajar en el laboratorio, donde descubrían por esos años el polonio y el radio.
Su nombre es Irene Curie, y fue la primogénita del matrimonio formado por Marya Slodowska y Pierre Curie, ambos merecedores del Premio Nobel de Física y luego ella sola, de Química, un gesto que repetirá la pequeña ya hecha toda una profesional, en unión de su esposo Frederic Joliot, "En reconocimiento a la síntesis de nuevos elementos radioactivos", según el acta de la Academia Sueca.
Tanto los padres como el abuelo, le inculcaron a la pequeña Irene valores morales y éticos basados, no en convenciones sociales, sino en la defensa de su autonomía personal, su seguridad y firmeza de criterio. Solo así podría lograr sus sueños.
Con 17 años y en plena Primera Guerra Mundial, ayudó a su madre, Marie Curie, en la instalación de unidades de rayos X en los hospitales militares, donde también explicó su funcionamiento a quienes debían maniobrarlos.
Ya toda una profesional, comienza en 1921 sus investigaciones sobre las partículas alfa y las emisiones de distintos elementos químicos. En la misma dirección iban los estudios de Frederic Joliot, y visto que se amaban tanto como a su proyecto científico en común, deciden casarse en 1926.
A inicios de la década del treinta del siglo pasado, la pareja se sumerge en indagaciones sobre los isótopos de varios elementos, un tema que será muy necesario en Medicina, en la investigación científica y en la industria actual.
Pronto las pesquisas del matrimonio Joliot-Curie desembocan en el descubrimiento de la radiactividad artificial. Así les es conferido a ambos el Premio Nobel de Química en 1935.
Durante la Segunda Guerra Mundial, emigran a Suiza. Tras la contienda, regresan a París, ella como directora del Instituto del Radio y de la Comisión de Energía Atómica Francesa.
Pero solo por una década, pues al igual que su madre, Irene fallece de leucemia el 17 de marzo de 1956, a causa de las exposiciones prolongadas a la radiactividad. Dejaba dos hijos: Helena y Pierre, y una obra que llena de gratitud a la humanidad entera a 120 años de su natalicio.