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La gaviota inmortal de los ojos verdes |
Publicado: 2019.10.29 - 15:11:23 / web@renciclopedia.icrt.cu / Laura Barrera Jerez |
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Cuando Julia Rosa nació todos vieron con asombro sus ojos verdes: eran del mismo color que los del amo de la casa. Su madre murió en el mismo parto y, como si no bastaran las sospechas que ya había, Don Sebastián se pasó la noche del velorio llorando la pérdida de la esclava.
Corría el siglo XVIII y la historia sucedía cerca del río San Juan, en la actual provincia cubana de Matanzas. Ya hacia 1795 la niña vivía con su abuela María Teresa en una pequeña y humilde casa de madera y guano.
Había sucedido que a Doña Rosario, hermana de Don Sebastián, le molestaba siempre la presencia de la bella y dulce joven. Las murmuraciones del pueblo aseguraban que la muchacha era hija del rico y soltero hacendado. Si esto era cierto, Doña Rosario temía que su único hijo, Felipe, tuviera que compartir la herencia de su tío con Julia Rosa. Pero eso no era lo peor que podia suceder.
Felipe se enamoró de Julia Rosa y cada día iba a hacerle la visita, burlando los deseos de su madre de que se casara con Elvirita, hija de familia rica y hacendosa.
Entonces, el viejo esclavo Tata Mongo aseguró que él podia resolver el asunto, según explica el investigador Salvador Bueno:
“Él tenía los secretos que le dieron en su tribu cuando lo hicieron jefe de brujos… Y allá, en África, él podía hablar con los dioses que tenían poderes grandes, muy grandes… Y él todavía hablaba con los dioses y los dioses le hacían favores”.
Por eso Tata Mongo preparó un rico dulce de coco y se fue hasta la humilde casa donde vivía Julia Rosa con su abuela, a orillas del río San Juan. La joven estaba sola y comió con gusto el postre, mientras el viejo brujo le hacía cuentos. Fue así que el hechizo la convirtió en gaviota inmortal.
“Felipe, desesperado, ya no sabía dónde buscar a Julia Rosa… Tata Mongo fue mandado lejos a una finca […] Doña Rosario comenzó a sentir en el alma la mordedura venenosa de un remordimiento atroz […] Afirmó que Julia Rosa, por obra de los dioses africanos, se había convertido en gaviota […] Y pasaron los meses y Felipe murió loco porque se había enamorado de una gaviota”.
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