 |
El fantasma de la ópera, en 2004. Foto: Juventud Rebelde. |
El teatro musical es un género, si no menospreciado, en ocasiones soslayado en el panorama artístico cubano. Más allá de memorables escenas cantadas en el teatro bufo y reproducidas en populares filmes como La Bella del Alhambra, pocas obras de este género han trascendido el momento puntual de su puesta en escena, y calado en la historia o la memoria de la gente.
Desde su creación a principios de los 2000, el grupo teatral del Anfiteatro del Centro Histórico de La Habana, ha tenido como objetivo rescatar y revitalizar el teatro musical. A partir de puestas como El fantasma de la ópera, Cats, La bella y la bestia o más recientemente, Aladino, la agrupación ha demostrado un alto nivel de profesionalidad, popularidad y amor por el género.
Como prueba de ello, nos llega el musical El jorobado de Notre Dame, esta vez en las tablas de un atractivo e importante local, el Teatro Martí. La temporada concluyó el fin de semana último, pero, a petición del público continuará en la sede del Anfiteatro entre marzo y septiembre del presente año.
La puesta en el "Martí" fue la realización de un deseo de la agrupación postergado por años. La obra había sido estrenada el 21 de junio de 2008, con una favorable acogida del público y la crítica, pero la llegada del huracán Gustav provocó que, de cuarenta funciones programadas, solo se realizaran 26. Casi diez años después del evento meteorológico se decidió presentar una versión renovada de aquella obra.
El resultado ha sido, sin dudas, positivo. El espectáculo tiene un gran atractivo visual y sonoro. Alfonso Menéndez, director de la compañía del Anfiteatro del Centro Histórico, conformó esta versión a partir de una suerte de “collage musical”.
Mozart, Ricardo Cocciante, Byron Janis, Paul McCartney, entre otros, aparecen hermanados en una solución que destaca por la fluidez y la coherencia de la música, en favor del argumento.
La obra es un homenaje a Víctor Hugo, escritor romántico francés por excelencia y autor de Nuestra Señora de París. Esta novela es el punto de partida de las diversas creaciones que han tomado al jorobado campañero de Notre Dame como inspiración. El libreto cubano continúa con esta línea y presenta un argumento ya conocido, similar al de versiones cinematográficas como la animada de Disney de 1996.
En la temporada recién finalizada en el Teatro Martí destacó el colorido de la puesta en escena, logrado a partir del buen trabajo de luces y vestuario. La escenografía fue también un punto fuerte, al sintetizar, con énfasis en las arcadas góticas y los andamios, la esencia del mundo medieval, donde la catedral se erige como símbolo y centro de poder.
Las actuaciones fueron remarcables, sobre todo en los actores que ocuparon personajes protagónicos como el Jorobado, Esmeralda y el capitán Febo de Châteaupers, en los que el desempeño vocal también destacó. En este último aspecto, sin embargo, el desempeño del coro y de otros personajes secundarios deja mucho que desear. La intervención de estos tiene lugar a partir del sonido grabado previamente, lo cual afecta la naturalidad y el virtuosismo de la puesta en escena.
Más allá de estas observaciones, la propuesta ofrece un momento de sano entretenimiento y deleite visual. Es siempre válido el intento de esta compañía por revitalizar el teatro musical y ubicarlo dentro de la preferencia del público.
|