“Así queda en la historia, sonriendo al acabar
la vida, rodeada de los varones que pelearon por su
país, criando a sus nietos para que pelearan.”
José Martí
Hay en Cuba una frase que se suele decir cuando una mujer se enfrenta a una situación difícil, poco convencional o arriesgada y deja el temor atrás, se carga las dudas a la espalda y afronta el transitar con la vista hacia delante. A esas mujeres hay quien las llama Marianas. Se las cree casi como hijas de ese tronco, de ese espíritu ya deificado, perteneciente al friso de los grandes seres que han habitado la Historia.
Mariana Grajales no es la imagen inmaculada de un personaje retocado hasta la deshumanización, en todo caso, es su actuar altruista y su disposición a obrar bien sin perder su condición natural, los elementos que la enaltecen incluso más, pues no la separan del resto de los mortales, no la convierten en piedra excesivamente tallada, sino es materia certera para asimilar sus propiedades, aun hoy.
Esta mujer no admite apreciaciones monocromas, no es un modelo u otro; no puede ser entendida como el prototipo de una personalidad fuerte casi siempre despojada de toda sensibilidad artística, tampoco como la mujer hogareña y únicamente abocada a la crianza de los hijos.
Mariana combinaba las luces de ambos extremos. Sin dudas, fue una mujer decidida y arriesgada para la etapa que vivió, pero también de una agudeza intelectual para nada fútil, y con la misma energía que esculpía los valores y la conducta de su familia, así mismo era guía en la significación de otros corpus de igual virtud.
Según muchos de los testimonios de figuras de la época, era ella el núcleo de la extensa prole que fundó, en un momento inicial, junto a su primer esposo (fallecido a los siete años de su casamiento), y luego al lado de Marcos Maceo, con quien concibiera los últimos diez hijos, siendo en total la madre de once niños y tres niñas.
Esta descendencia fue moldeada principalmente por el trabajo, ese que se enseña a base de ejemplo, el que se erige como una filosofía de vida, un actuar inviolable, y que da forma al carácter y la tenacidad. El amor y el compromiso fueron pautas que esta madre alimentó entre sus familiares, ya fuera a la patria, a sus iguales, o bien con la honradez, el respeto y la obediencia a todo precepto que contribuyera a ensalzar el humanismo y la solidaridad entre los hombres.
Casi todos sus hijos participaron, al menos, en las guerras por la independencia de Cuba. Casi todos murieron en ellas. Su esposo murió en la Guerra de los Diez años y la frase que se dice cerró sus días fue que había cumplido con Mariana. Sus hijas y nueras la acompañaron en sus labores en la manigua: curaron heridos como los curó ella; cosieron; alimentaron; cocinaron; asistieron a todo necesitado y todo ello siguiendo el ejemplo y el ímpetu de una mujer que un día reunió a toda su familia para determinar que debían ir a luchar por su país, que debían defenderlo bajo toda consecuencia.
Mariana perdió mucho en esta guerra, pero se levantaron para siempre los nombres que amamantó y amó, los seres que realmente nunca dejaron de nutrirse de ella, pero de un suministro de una perdurabilidad exenta de corrosión o desgaste.
No se ponen de acuerdo las biografías en decir qué día nació ciertamente esta mujer: puede haber sido el 26 de junio, el 10 de julio o el 12 de julio. Pero esto, al final, no importa. Lo que sí tiene un valor multiplicado es que Mariana Grajales existió, que vivió en nuestra tierra para no abandonarla jamás, ni siquiera después de su muerte, sino que pervive aun en esas mujeres que siguen caminando, que continúan defendiendo sus principios, que hacen honor a la dignidad, a la vergüenza, y que protegen con todas las fuerzas imaginables, y no, lo que sienten suyo.