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Casa Museo, taller y domicilio del pintor y novelista Carlos Enríquez, ubicada en Arroyo Naranjo, La Habana |
Porque si hay algo que se pareciera a Carlos Enríquez realmente era su casa..... Por lo tanto esta casa es como si fuera un aguafuerte de Carlos, como un retrato de Carlos."
Felix Pita Rodríguez
Carlos Enríquez es considerado uno de los artistas de la primera vanguardia cubana. En sus obras inserta nuevos acentos de marcada cubanía, rompiendo con el academicismo y las normas importadas de Europa. Este pintor cubano murió un día como hoy de 1957.
Este artista incorporó poesía a la pintura pues sus musas fueron rebeldes y atrevidísimas. Su cosmovisión pictórica brinda mayor resonancia al erotismo, a la violencia, la lujuria, el juego sexual o la provocación.
Su vida, sus desafíos y discrepancias a la moral de la sociedad, hicieron de Enríquez un personaje mítico que encarnó una vida bohemia perfecta para llevarla a la literatura.
Su producción artística fue en contra de las corrientes de su época no sólo en el ámbito pictórico sino en el mundo social. Autor perturbador para la crítica de arte y la apreciación de la “ciudad letrada” por su desenfado en la paleta y al tratar cuestiones vedadas.
Su obra es reconocida en Cuba y el mundo; es el autor de Virgen da la Caridad del Cobre (1933), El rey de los campos de Cuba (1935), la serie Lesbianas (1935), Las bañistas de la laguna (1936), Campesinos felices (1938), El rapto de las mulatas (1939), Dos Ríos (1939), Bandolero criollo (1943).
Incursiona con igual acierto en la escritura y lleva a sus narraciones la sensualidad de su expresión pictórica. Sus novelas son: Tilín García (1939), La feria de Guaicanama (1940) y La vuelta de Chencho (1942).
De constitución física contrastante a Carlos le decían el mosquito, era auténticamente bohemio. La vida de este ser vitalista se convirtió en “un mito como su casa es su casa-estudio El Hurón Azul”, a la cual la imaginación colectiva atribuyó hechos imantados por la lujuria, la incontinencia y un hedonismo que supusieron desmandado como los ríos en temporal.
A través de una herencia paterna Carlos Enríquez compra un terreno en Párraga, en las afueras de La Habana y entre los años 1938 y 1939 construye en esa finca pequeña su vivienda.
El autor de El rapto de las mulatas diseñó su casa a partir del estilo de algunas antiguas estaciones de trenes en Pennsylvania, Estados Unidos. La edificación es de madera y fue levantada poco a poco, con materiales obtenidos en un rastro.
Por los recursos materiales que se utilizaron la casa no resultó fastuosa, pero si fue una manera genuina de edificar, ya que posee elementos de la arquitectura colonial cubana que contrastan y dan una rara armonía al lugar. De la arquitectura colonial se utilizó el mediopunto, los vitrales, las rejas con motivos de lira, las tejas y la ubicación geográfica en un paisaje idílico y una creativa jardinería otorgan relevancia arquitectónica al Hurón Azul.
Uno de sus atractivos de la Casa de las Maravillas de Carlos Enríquez es los grandes ventanales orientados hacia el norte y la chimenea. También posee una cubierta a dos aguas de tejas rojas criollas que da paso a la vivienda. Este hogar es como el espíritu y la creatividad de su propietario.
Su nombre se debe a un hurón que le regaló un artista amigo y Carlos tiñó de azul de metileno para que armonizara con el color de las puertas y ventanas. El hurón se clavó sobre la puerta de entrada a la vivienda y desde entonces, la casa fue bautizada como El Hurón Azul, nombre preservado por el Museo fundado en 1987 en el célebre sitio.
Por su misterio y personalidad muchas damas fueron atraídas y poseídas en El Hurón Azul. La más afamada de todas fue la francesa Eva. Inmortalizada está su bella desnudez, en una puerta de zinc que conduce al baño de la vivienda.
El espacio físico de la casa no es muy amplio, apenas existen tres grandes habitaciones. Sobre la puerta principal de madera hay un dictamen: bóveda celeste, mientras Urano, Marte y Júpiter contemplan al llegado con una risa burlona.
La chimenea, innecesaria por los calores del trópico, contrasta en aquel ambiente de irrealidades. Una escalera de madera conduce al estudio. En ella aparecen las huellas de unos pies, quizás los del propio pintor, como si alguien sempiternamente subiera los escalones.
Esta casa define al pintor, existe una relación íntima entre Carlos Enríquez y el Hurón Azul. El pintor amoldó el espacio a su gusto y tomó de él todo el misterio de la naturaleza. El acto creador no sólo se plasmó en las piezas que se exhiben en sus salas, sino que impregnó la atmósfera toda del conjunto.
Adentrarse en los predios de Carlos Enríquez es aventurarse al delirio de un artista de vanguardia, que hizo de su hogar el marco de sus obras. Lo mismo que en sus paisajes, en su casa, la sensualidad, la sorpresa y lo conocido, anuncian la mano de un hombre dotado de extraordinaria sensibilidad para aprehender la realidad y recrearla.
Bibliografía
González, Reynaldo:Tilín García, la otra lectura, en revista La Siempreviva, no. 12/2011, pp. 12-25.
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