Vincent Van Gogh, el pintor de los girasoles y los cielos alucinantes

Su rostro por sí solo es un ícono. Ante el cúmulo de historias que permean su figura, y que son del dominio de millones de personas en disímiles rincones del mundo, vale la pena preguntarse: ¿Quién fue realmente Vincent Van Gogh?
A lo largo de su corta vida (1853-1890) sufrió la soledad, la miseria y el desprecio por parte de las personas que amó, de quienes creyó sus amigos y por aquellos que calificaron su obra como fruto de la demencia.
Desde muy joven se interesó por la pintura y mostró un temperamento complicado –que le valdría no pocos conflictos en el futuro–. A los 16 años entró como empleado a la Casa Goupil, una compañía de comercio de arte reconocida internacionalmente. Fue despedido, a diferencia de su hermano menor, Theo Van Gogh, quien trabajó allí hasta el final de sus días.
Sin la abnegación de Theo no hubiese sido posible la corta pero intensísima carrera de Vincent, quien siempre se benefició de su apoyo económico. No tuvo nunca un trabajo fijo, intentó ser profesor y sacerdote, pero sin éxito. Es en 1880 cuando decide consagrarse al arte y, hasta la fecha de su muerte, realizó una obra que sobrepasa los 850 cuadros, y una cantidad superior de dibujos.
Uno de los acontecimientos más trágicos que experimentó fue el corte de su oreja, incidente ocurrido en 1888, cuando Vincent se peleó con el pintor Paul Gauguin, con el que residió en la ciudad francesa de Arlés, donde produjo lo mejor de su pincel.
Ese insólito suceso llega hasta la cultura popular de nuestros días; valga citar, por ejemplo, la agrupación musical española La Oreja de Van Gogh, célebre por su canción Rosas, entre muchas otras.
En los años siguientes, Vincent luchó contra las alteraciones mentales que sufría y sus penurias económicas, sin lograr encontrar cura a su padecimiento.
Durante su estancia en un sanatorio mental, en 1889, produjo algunos de sus mejores lienzos, como Campo de trigo con ciprés, su serie de Olivos y su Jarrón con lirios. Había alcanzado la cúspide de su producción y sus pinceladas, que transmitían paz y serenidad, denotaban un magistral uso del color.
Solo en sus últimos meses recibiría una buena noticia: su hermano logró vender uno de sus cuadros -el único durante toda su vida- por una modesta suma.
Atormentado, le escribió a Theo en una de sus últimas misivas: “Habrás vivido siempre como pobre para darme de comer, pero yo devolveré el dinero o entregaré el alma”.
No alcanzó a ver saldada su deuda, pues el 27 de julio de 1890 cometió el último de sus actos desesperados: un intento de suicidio fallido. Dos días después, falleció Vincent; aquel que pintó frenéticamente sin importarle su subsistencia, solo su necesidad imperante de crear.
Para completar aún más la fuerte relación que los unió, y quizá porque no podía vivir sin él, Theo murió seis meses más tarde. La gloria póstuma, como a tantos otros creadores, premió a Vincent en el pasado siglo, cuando sus cuadros alcanzaron cuantiosas sumas y su vida devino mito.

Hoy día, el pintor de los girasoles y los cielos alucinantes es conocido en todo el mundo por el distintivo estilo de sus pinturas; en las que imperan las pinceladas gruesas, así como los colores brillantes y sus peculiares trazos en espirales, apreciables en su más famosa pintura La noche estrellada (1889).
Sus escenas nocturnas, presentes en otros cuadros, están llenas de vida; y así las quiso, con brillantes paisajes azules y astros de gran fulgor, pues quizá el atormentado artista descubrió en las estrellas un mundo más esperanzador.
Un material bibliográfico indispensable lo constituye Cartas a Theo (Editorial Arte y Literatura, 2002), correspondencia que, a decir del gran Fayad Jamís, “contiene algunos de los más bellos textos literarios que jamás haya escrito un pintor”.
Otro lo es el filme Loving Vincent (2017): material biográfico creado por más de cien pintores diferentes, cuya animación replica el estilo del artista. Reza así la pieza musical de los créditos: Te quitaste la vida, como los amantes a menudo lo hacen / Pero podría haberte dicho Vincent / Que este mundo nunca fue creado / Para alguien tan hermoso como tú.
Escrito por Rafael Mena Brito /Granma