Ramiro Guerra Suárez y la danza de la vida

La búsqueda de la excelencia resume la vida y obra de Ramiro Guerra Suárez, el genio laborioso que llevó a la danza cubana por las vertientes contemporáneas desde las raíces de la nación.
¿Cómo fue eso posible? Desde el compromiso, el estudio y el reconocimiento de la fuerza creadora del espíritu humano, con muestras fehacientes de altruismo, amor y dedicación.
Ramiro se graduó de Derecho en la Universidad de La Habana y estudió ballet en la escuela de la Sociedad Pro Arte Musical, donde recibió clases con Nikolai Yavorsky y se formó en la academia de Nina Verchinina. Hacia 1950 estudió en la academia de Martha Graham, y cursó estudios en Nueva York con Doris Humphrey, Charles Weidman y José Limón.
Al regresar a Cuba se relaciona con el Ballet Alicia Alonso y la Academia homónima. Para esa compañía monta Habana 1830 y Toque. Sobre esa última pieza comentaba en sus memorias:
“El evento fue muy importante para mí por tocar aspectos religiosos de nuestra cultura, mezcla hispanoafricana, a través de los últimos avances de la época, como la Danza Moderna.”
Más tarde crea El canto del ruiseñorpara Fernando Alonso y funda el Grupo Nacional de Danza Moderna. La música de grandes compositores moldeó una manera de hacer inédita para los estándares de la época. Amadeo Roldán y Argeliers León encabezan la musicalización de varias propuestas.
Hacia 1959, constituye el Departamento de Danza Moderna del Teatro Nacional de Cuba y el Conjunto Nacional de Danza Moderna (actual Danza Contemporánea de Cuba), el cual dirigiría hasta 1971.
Por entonces, ya perfilaba los detalles finales de la técnica cubana de danza moderna, y en 1961, estrena Mulato y mambí, con banda sonora de Amadeo Roldán y Juan Blanco.

Suite Yoruba está considerada como una de sus piezas más representativas. De acuerdo con el crítico Calvert Casey:
“(…) por los mitos afrocubanos que expresa, por la sencilla belleza de sus danzas y la fascinación de los elementos de escenografía y vestuario, la Suite Yoruba impresiona vivamente la imaginación y queda como su creación más atractiva”.
La década del 60 estaría adornada por un repertorio sobresaliente: El milagro de Anaquillé, Auto sacramental, Orfeo antillano, Medea y los negreros, Ceremonial de la danza y La rebambaramba encabezaron las propuestas de ese genio obstinado y reflexivo.
El no estreno en 1971 del Decálogo del apocalipsis anunció el advenimiento del quinquenio gris. A pesar de no haberse presentado de forma oficial, esa pieza está considerada como su mejor obra y, de hecho, representó un parteaguas para desarrollar la danza-teatro en el país.
“A pesar de no haberse estrenado y de su carácter mitológico, es el primer espectáculo que engloba los presupuestos de la posmodernidad en un momento histórico muy convulso de la sociedad cubana”, afirma el teatrólogo Vladimir Peraza Daumont.
Relegado por esas circunstancias, Ramiro fue asesor y coreógrafo en el Conjunto Folclórico Nacional de Cuba. Tríptico oriental y Trinitarias dan fe de la madurez en ese largo apogeo que fue su vida, en la cual se incluyen las puestas elaboradas para varias compañías.
Tal fue el caso de El reino de este mundo (Teatro Nacional de Pantomima), Chacona (Ballet Nacional de Cuba) y De la memoria fragmentada (Danza Contemporánea de Cuba).
Sus producciones teóricas, de igual modo, ofrecen las referencias necesarias para acercarse en las particularidades del mundo al que dedicara toda su vida. Apreciación de la danza (1969), La teatralización del folclore y otros ensayos (1989) y Calibán Danzante (1998) representan una muestra de esa producción escrita.
De acuerdo con Vladimir Peraza, en las obras de Ramiro la danza es solo el vehículo por el que fluye, desbordante, un universo cultural total. Sirvan estas palabras como invitación para descubrir las facetas esbozadas por el fundador de la danza moderna en Cuba.