Amelia y José, un amor de novela

José visitaba diariamente a su amada Amelia, desde muy temprano en la mañana. Entre ambos obraba un amor puro y profundo, como esos que se ven en las novelas rosa. Después de conversar largo rato con ella, José, hombre educado en las mejores costumbres, se retiraba, cuidando de no dar la espalda a su adorada.
No pasó inadvertida para los transeúntes ocasionales la actitud del enamorado ante la bella mujer marmórea, que sostiene en su mano izquierda un recién nacido, mientras con la derecha se apoya en una cruz latina… y así nació la leyenda.
Surgido al calor de estrechos lazos de afecto desde la infancia, el amor entre Amelia Goyri de la Hoz y José Vicente Adot estuvo censurado por la familia de ella, emparentada con gente de elevada alcurnia, pues José solo pertenecía a la mediana burguesía, y esa reticencia se agudizó cuando José decidió sumarse a la gesta independentista cubana que se reinició el 24 de febrero de 1895.
No obstante, ni las diferencias sociales, ni el hecho de que fueran primos, pudo impedir aquel romance que terminó en feliz unión, ocurrida justo a la mitad del primer año del siglo XX, después que la guerra terminara, y José volviera a casa llevando en la solapa de su chaqueta los grados de capitán del Ejército Libertador.
Pero el destino le tenía reservada una mala jugada al joven enamorado, pues Amelia, cuando transitaba por el octavo mes de embarazo, falleció a causa de un ataque de eclampsia el 3 de mayo de 1901.
Así comenzó el diario peregrinar del viudo a la tumba de Amelia, presidida desde 1909 por la bella estatua de blanco mármol esculpida por el artista cubano José Vilalta y Saavedra.
Un ritual llevaba a cabo diariamente José, que comenzaba cuando hacía sonar una de las aldabas de bronce de la losa -siempre la misma- y luego continuaba con la colocación de flores y el monólogo en que le refería a la difunta los sucesos y problemas del día, sus cuitas y quizás algún que otro comentario, para luego retirarse, sombrero en mano, cabizbajo y sin dar la espalda a la tumba.
Aquel llamativo proceder hizo pensar que el espíritu de quien reposa en aquel mausoleo posee poderes sobrenaturales y no pasó mucho tiempo para que empezaran a solicitarle milagros y a depositar ofrendas, que hoy son numerosas y variadas, desde flores hasta ropa infantil.
Esta es una de las más bellas y conmovedoras historias de amor atesoradas en los anales de la necrópolis Cristóbal Colón, de La Habana, y también una de las que ha trascendido en el tiempo y el espacio, pues Amelia Goyre, La Milagrosa, es conocida más allá de los mares que rodean este archipiélago antillano.