Villena y las antípodas de la pasividad

Villena y las antípodas de la pasividad

“Era un poeta de una envergadura inmensa. Hay que pensar en que un poeta de esa calidad llegara a decir que despreciaba sus versos, que era más importante luchar, transformar aquella república, lo retrata en su gran fuerza de espíritu”. Así habló el ensayista Ángel Augier sobre Rubén Martínez Villena, una de las almas más altivas y dedicadas que vio la historia nacional en desde las décadas de 1920 y 1930.

El momento al cual se refería Augier, de forma concreta, estuvo al calor de un debate de Villena con Jorge Mañach, quien ironizó la iniciativa de un grupo de compañeros de solicitar una contribución económica para publicar la poesía de Villena. Rubén, ante ello, expresó que si hubiera escrito un libro demostrando la absorción de nuestra tierra por el capitalismo estadounidense, o en las condiciones míseras de la vida del asalariado en Cuba tal vez aceptaría, bajo edición por suscripción popular.

Ante ello, respondió: “(…) yo no soy poeta (aunque he escrito versos); no me tengas por tal, y por ende, no pertenezco al ‘gremio demarras’. Yo destrozo mis versos, los desprecio, los regalo, los olvido: me interesan tanto como a la mayor parte de nuestros escritores interesa la justicia social”. Como afirma el investigador Enrique Saínz, en ese contexto, los de mayor entrega a la causa revolucionaria, Rubén no se incorporó a las nuevas corrientes estéticas que dieron, a partir de 1927, libros significativos y enriquecieron la historia literaria nacional, pues su vida estaba comprometida con la acción. “El fondo en realidad era el papel del intelectual en la sociedad”, afirma la Doctora en Ciencias Históricas Francisca López Civeira.

Desde la Protesta de los Trece, su rol en asociaciones como el Grupo Minorista, el Movimiento de Veteranos y Patriotas, la Falange de Acción Cubana, el Primer Congreso Nacional de Estudiantes, la Universidad Popular José Martí, la Liga Antiimperialista y el Partido Comunista de Cuba, y su acción en la organización de las huelgas contra Gerardo Machado, la estela de Villena es intensa y particular.

Hay quienes acusan la influencia de esa entrega en su literatura. Si bien la interrupción dio al traste lo que se configuraba como una obra con un potencial más que contrastado, la entrega a la causa nacional disipó los cuestionamientos en su accionar para confirmar, con tan solo 34 años, el tránsito del joven Villena hacia la inmortalidad.

“Esto dicho, anotemos a su favor su condición de artista, que lo hacía brillar con luz propia en medio del cortejo de ciegos. En esos Templos de la Fama que los hombres acostumbran levantar casi como un remordimiento, Martínez Villena ocupa un puesto destacado como héroe revolucionario”, recuerda Virgilio López Piñera, quien también resaltó las pautas literarias de Rubén, en particular la de la poesía, en la cual libró batallas decisivas.

La constatación de una obra como la suya apunta a una madurez intelectual que excede a la de casi todos sus contemporáneos con iguales intelectuales y deseos de cambiar la realidad social y política imperante en el país, apunta el investigador y ensayista Jorge R. Bermúdez. “Su vida política es un remolino en ascenso, una batalla contra el tiempo que puede trazarse también a través de su prosa política, editoriales, manifiestos, epistolario”, recuerda la investigadora Aymée Ma. Borroto.

Lejos de un relato enternecedor, asistido por las venas de un ideal concreto, Villena fue concreción y práctica, por sobre todas las cosas. No vale confundir en ello el pragmatismo a ultranza, en especial cuando se valora el arte y la sensibilidad que abrazó. Sin embargo, el hecho de dedicar sus fuerzas a aquello que consideraba más perentorio y necesario en su tiempo, hablan de un carácter fecundo que sigue generando admiración y respecto.

Lázaro Hernández Rey