Dora Alonso y el universo infinito de la infancia

Decir Dora Alonso nos refiere como primera imagen a una excepcional escritora con una impronta como narradora en la literatura infantil, no en vano es la autora cubana para niños más traducida y publicada en el extranjero. En su huella, empero, sobresalen otros roles entre los cuales podemos apreciar capacidades como dramaturga, poeta y periodista en un ejercicio existencial, donde la sensibilidad de esta autora nos retrotrae a conceptos básicos sobre qué significa ser humano y qué valores lo deben acompañar.
En esa impronta también estuvo definida la entrega como base para aprehender la realidad. Dicha marca lo cual la acompañó durante el resto de su vida, en la cual imprimió una distinción de sencillez (no de simplicidad) a los trabajos que desarrolló, con lo cual desarrolló no solo una literatura infantil de reconocida calidad, sino también el amor por la naturaleza y por la vida en el campo.
“Sin una base vivencial, conocida, no creo que se pueda hacer una literatura auténticamente válida, cercana al mundo en que actúan los lectores”, manifestó en una ocasión. Motivo de ello se encuentran en todas sus realizaciones, en las cuales hay fragmentos de vida, testimonios adaptados al lenguaje literario y el sentir de una época que alcanza el grado de universalidad, en las manos de Dora Alonso. Ejemplo de ello son, entre otros, La hora de estar ciegos, Tierra inerme (premiada en el II Concurso Literario Hispanoamericano de la Casa de las Américas.), Sol de Batey y Tierra Brava (inicialmente con el nombre de Medialuna), estas dos últimas radionovelas fueron adaptadas a la televisión, al tiempo que muchas de sus obras teatrales infantiles fueron representadas en el extranjero y por el Guiñol Nacional de Cuba.
Por su parte, en la poesía Alonso, de acuerdo con el investigador venezolano Fanuel Hanán Díaz: «Más allá de cualquier análisis orientado por una valoración crítica, los poemas de Dora Alonso recuperan esa mirada primigenia de una poetisa que se desdobla en niña y regala la ingenuidad de su manera de ver las cosas. Ella es, en definitiva, un alma de pájaro que conoce la libertad, que escribe desde las ramas de un árbol o desde las tejas de una casa de cuento. Letras para un pentagrama de añejas notas cuya melodía se escucha en instrumentos imposibles, hechos de la misma materia que tienen los sueños de los pequeños duendes».
Con Pelusín y los pájaros (1956) nacieron las ocurrencias de uno de sus personajes más recordados y entrañables, que asumiría el protagonismo en entregas posteriores como fueron los casos de El sueño de Pelusín (estrenada por el Guiñol Nacional de Cuba, junto a otras obras de la autora), y el programa semanal Las aventuras de Pelusín del Monte a inicios de 1960.
“Nunca había incursionado en la literatura infantil, mejor dicho, en la literatura para niños, y traté de complacerlos. Así nació un personaje que gustó muchísimo a los niños y que fue llevado luego a la televisión: Pelusín del Monte, un títere que encarna a un campesino cubano, y que se sitúa en la línea de toda mi literatura (…) Así es como, por complacer a mis amigos titiriteros, me enamoré para siempre de la literatura para niños”, manifestó Alonso.
Posteriormente llegaría El cochero azul (1975) que se convirtió en un clásico de la literatura nacional, el cual se sumó a otras producciones que ahondaron la expresividad, dominio y riqueza de la literatura infantil desarrollada por Dora. En ese marco estuvo El Valle de la Pájara Pinta: “Se trata de una obra henchida de colores, escrita con elegancia y mesura, pero también con divertida desfachatez; portadora de un universo donde constantemente se abren puertas a las cuales sólo nos es permitido echar un rápido vistazo, puertas que dan acceso a escenarios y personajes de múltiples, posibles aventuras”, refiere el ensayista, periodista y escritor cubano Yuniel Riquenes García.
Asimismo, escribió para la radio, hizo periodismo, nunca dejó de escribir cuentos y novelas, que: “(…) explicitan una poética en que la sensibilidad y la belleza están ligadas al mundo que nos rodea y fuertemente unidas a la tierra en que vivimos”. Es, no obstante, en la literatura para niños en la que estudiosos y analistas coinciden que Alonso alcanza su cumbre y el mayor reconocimiento de los lectores. Pelusín del Monte (1979), Aventuras de Guille en busca de la gaviota negra (1991), El caballo enano (1968), El cochero azul (1975), El valle de la Pájara Pinta (1984).
En ese rejuego de significaciones destaca el juego de la imaginación, el cuidado de la prosa, el verso y el teatro y la preocupación por los intereses del lector pequeño, del público infantil, sin que por ello las producciones de Dora escapen del disfrute de los adultos. “Dora Alonso continúa la senda narrativa abierta principalmente por Luis Felipe Rodríguez: los temas de sus cuentos están extraídos de la vida de nuestros campesinos y pescadores. Pero en Dora Alonso tal temática no nace por imperativos literarios, sino surge de su experiencia vital”, comenta el ensayista Dr. Salvador Bueno.
Excilia Saldaña, editora de Alonso y otra autora de literatura infantil refería la trascendencia del folclor en la literatura de la escritora cubana: “Heredera de dos culturas ─España en el idioma, y la lengua. África en el misterio y la leyenda─, Dora lleva de ambas esa sabiduría en el contar que solo posee el pueblo. Y al pueblo, a su patria, a ese archipiélago mulato, le devuelve lo que aprendió de su espacio antillano: el crecimiento de la luz, la altura aérea, sutil, la hipérbole humorística, la prisa que se convierte, en síntesis, en metáfora exacta”.
Recibió el Premio Nacional de Literatura justo antes de su fallecimiento.