Una gesta para despertar: 26 de Julio

El pueblo cubano ya no podía soportar más abusos. Desde que Fulgencio Batista quebró el orden constitucional con el cuartelazo de 1952 e implantó un régimen dictatorial, el país se sumió en una crisis moral y material.
La represión se hizo sistemática; la Constitución de 1940 –avanzada para su época– quedó abolida; se prohibieron los partidos políticos; se instauró una férrea censura de prensa, y se generalizó la persecución de todo sospechoso de oposición mediante el macabro Servicio de Inteligencia Militar (SIM).
La corrupción quedó establecida como práctica habitual. Mientras Batista y sus allegados se enriquecían a manos llenas a través de concesiones a la mafia norteamericana, la mayoría del pueblo vivía en la miseria: el 50 por ciento de los niños residentes en espacios rurales padecían parasitismo y anemia; los campesinos carecían de recursos mínimos y eran sometidos constantemente al desalojo en favor de transnacionales que controlaban el 75 por ciento de las tierras cultivables.
En pueblos y ciudades la situación no era mejor. El 90 por ciento de los servicios públicos estaban en manos de empresas estadounidenses, mientras el desempleo alcanzaba al 30 por ciento de la población. Los servicios estatales de salud y educación resultaban insuficientes.
Frente a esta realidad, Fidel Castro, joven abogado formado en la Universidad de La Habana, tras comprobar que la vía política estaba agotada, e inspirado por el ideario de José Martí, optó por la lucha armada. Más tarde afirmaría: «Martí fue el autor intelectual del 26 de Julio. Él nos enseñó que la libertad no se mendiga, se conquista con el filo del machete».
Fidel escogió meticulosamente los objetivos militares: el cuartel Moncada, en Santiago de Cuba, y el Carlos Manuel de Céspedes, ubicado en Bayamo, por ser la segunda y tercera fortalezas en importancia del país.
Ciento sesenta jóvenes, en su mayoría obreros, campesinos y estudiantes menores de 30 años, junto a dos mujeres –Haydée Santamaría y Melba Hernández–, se dispusieron a ofrendar sus vidas para librar a la Patria de la tiranía y su camarilla.

Este era solo el inicio de una guerra de liberación. Uno de los propósitos de la acción era aprovisionarse de armas; el otro, convocar al pueblo a la insurrección nacional. «Sabíamos que era una acción casi suicida, pero había que despertar a Cuba de su letargo. Como dijo Martí: “Un principio justo desde el fondo de una cueva puede más que un ejército»», comentaría Melba Hernández años más tarde.
El combate fue desigual: se perdió el factor sorpresa y el armamento de los combatientes revolucionarios resultaba insuficiente en calibre y volumen de fuego. La represión posterior fue salvaje. Batista ordenó que por cada soldado caído murieran diez revolucionarios; la mayoría de los heridos o capturados fueron torturados y asesinados para cumplir con esa demanda.
Pero la sangre de aquellos jóvenes y las torturas sufridas no cayeron en el vacío. La Revolución, ya indetenible, había comenzado. Como expresara después el Comandante en Jefe Fidel Castro: el 26 de Julio fue «el motor pequeño que puso en marcha al motor grande».
Aunque militarmente fallida, la acción del 26 de Julio de 1953 logró desenmascarar a Batista. La brutal represión generó repudio internacional y movilizó a sectores apolíticos. También se convirtió en símbolo de resistencia, por lo que el núcleo de la futura guerrilla, gestada en el exilio mexicano, adoptó el nombre de Movimiento 26 de Julio (M-26-7).
«El Moncada nos enseñó a convertir los reveses en victorias. No fue una derrota, fue una chispa», expresó Fidel Castro en 1963.
Y como escribió el poeta nacional, Nicolás Guillén: “Te lo prometió Martí y Fidel te lo cumplió”. El 14 de octubre de 1960, el Consejo de Ministros aprobó la Ley de Reforma Urbana y la Ley de Solares y Fincas de Recreo. Con ello, el Gobierno Revolucionario proclamó públicamente haber cumplido el Programa del Moncada, dando respuesta a los seis problemas fundamentales de la etapa neocolonial: la posesión de la tierra, la industrialización, la vivienda, el desempleo, la educación y la salud del pueblo.
En la actualidad en que Cuba sufre la genocida política de los Estados Unidos, debemos tener presentes en nuestra memoria a aquellos jóvenes que no vacilaron, un momento, en ofrendar sus vidas para librar al país. La lucha no ha cesado, seguimos trabajando por un futuro mejor.