García Lorca, Cuba y la derrota de la intolerancia

Invitado por la Sociedad Hispanocubana de Cultura presidida por Fernando Ortiz, tras su estancia en Nueva York, Federico García Lorca arribó a La Habana con el propósito de impartir varias conferencias, las cuales realizó entre el 9 de marzo y el 6 de abril de 1930. Las ponencias incluyeron La mecánica de la poesía, Imaginación, inspiración y evasión, Paraíso cerrado para muchos, jardines abiertos para pocos. Un poeta gongorino del siglo XVII, Canciones de cuna española, Imagen poética de Luis de Góngora y La arquitectura del cante jondo.
La experiencia cubana, al decir del investigador Pío E. Serrano, fue un balde fresco de vitalidad para el poeta:
“Después de los sentimientos encontrados que le dejarán los seis meses de permanencia en Estados Unidos y de los pesares que arrastra desde España, García Lorca llega a La Habana. [La estancia] le permitirá a Lorca recuperar su lengua, durante meses menguada durante su estancia en Nueva York; recupera un espacio urbanístico más allegado y cordial en una ciudad que todavía concilia la ‘ciudad fortaleza’, la ‘ciudad convento’ y la ‘ciudad posada’, tan españolas, con el despertar de una ‘ciudad monumental’, favorecida por una burguesía ávida de espacios, que desborda el ámbito doméstico para ocupar el espacio público, y que Lorca hace tan suya que escribe a sus padres: ‘Si yo me pierdo, que me busquen en Andalucía o en Cuba’”.
En ese escenario, al decir de Serrano, Federico regresa a unas prácticas religiosas más cálidas y vistosas que la frialdad protestante; descubre un frotamiento humano, desinhibido y espontáneo: “(…) el cubano, quien al dirigirse al amigo lo palpa, lo toca, palmea su espalda, abraza con el saludo y aún los más humildes —insulares al fin— ejercen la elegancia del gesto, la finura del trato con el visitante extranjero; recupera, en fin, probablemente por primera vez en su vida, el cuerpo, un cuerpo que en su experiencia expresa un deseo de libertad, mediatizado por el vuelco ideológico que se apodera de su escritura en Nueva York y por el erotismo irradiante de la naturaleza tropical y la fascinación que le producen esas ‘gotas de sangre negra que llevan los cubanos’. No en balde, es en La Habana donde se siente capaz de escribir El público”.
Sencillez, humildad y cercanía fueron comunes a la figura de Lorca quien, sin descuidar el clima político arreciado por las manifestaciones contra el dictador Gerardo Machado, fue partícipe en la vida cultural y en el sentir de buena parte de la población de la nación caribeña.

“Las gentes de mejor sensibilidad recibieron con avidez absorta el verso inesperado, y le adivinaron la calidad y la hondura a través de su resonancia popular y de aquella conexión con lo nuestro que lo hacía, de pronto, materia cercana. Por ello se dio el caso, no producido antes ni repetido después, de que un escritor en la etapa ascendente y con lenguaje inusual, fuese recibido en la isla como un valor cumplido, de lograda estatura, de grandeza andadora. Porque es lo cierto que nuestros mejores hombres del año 30 ofrecieron al muchacho presuroso y alegre un homenaje de escritor clásico”, afirmó Juan Marinello sobre la recepción del poeta.
Lejos de la solemnidad común a los actos, en las conferencias Federico se presentó desinhibido y cordial, desbordando simpatía e improvisación. Así lo recordó José Lezama Lima en una lectura de poemas en la Universidad de La Habana: “La seguridad de su voz en el recitado, le prestaba un gracioso énfasis, un leve subrayado. La voz entonces se agrandaba, abría los ojos con una desmesura muy mesurada, y su mano derecha esbozaba el gesto de quien reteniendo una gorgona, la soltase de pronto. El recuerdo de los cantaores estaba no solo en el grave entorno de su voz, sino en la convergencia del gesto y el aliento en todo su cuerpo, que parecía entonces dar un incontrastable paso al frente”.
Su vínculo con la naturaleza cubana, su pueblo y cultura impusieron en Federico una visión otra, refulgente y altiva, que resonó no solo en su sensibilidad, sino también en el corazón de sus contemporáneos en el mayor archipiélago de las Antillas, quienes vieron en él no solo un amigo, sino un hermano, afianzado por el calor de su humanidad y de su obra. En Cuba, Lorca completó Poeta en Nueva York, esbozó El público, elaboró fragmentos de Yerma y Doña Rosita la soltera y dejó un testimonio de su estancia con Son de negros en Cuba.
Uno de sus amigos más cercanos, el cubano José María Chacón y Calvo se culpó hasta el final de sus días de haber contribuido a la muerte de Lorca al prestarle 250 pesetas para el viaje en tren. Al salir de Cuba, Federico regresó a su tierra natal y lideró el grupo universitario La Barraca junto a Eduardo Ugarte. Luego, seguiría un periplo por Argentina en 1933. Al año siguiente, tras su regreso a España ya era notorio el clima político y las agitaciones contra la Segunda República.
Tras el inicio de la guerra civil tras la insubordinación militar en julio de 1936, Lorca recibió asilo diplomático desde Colombia y México; sin embargo, decidió retornar con su familia. Estuvo en casa de su amigo Luis Rosales y de sus hermanos, ambos falangistas. Allí lo secuestró la Guardia Civil, fue conducido hacia Víznar, lo encerraron en una celda improvisada y lo ejecutaron el 18 de agosto de 1936 junto con otros militantes anarquistas y al maestro Dióscoro Galindo. Tenía solo 38 años.