Enrique Núñez Rodríguez, el cronista de la cubanía

Enrique Núñez Rodríguez, el cronista de la cubanía

En el panorama cultural de Cuba, pocas figuras encarnan con tanta autenticidad el espíritu nacional como Enrique Núñez Rodríguez (1923-2002), un hombre cuya pluma afilada por el humor y la aguda observación costumbrista, logró capturar por décadas el latir de la Isla, sus contradicciones, sus virtudes y la esencia misma de su gente. Su obra, vasta y multifacética, atravesó el teatro, la radio, la televisión, el periodismo y la literatura con un sello inconfundible de cubanía.

Para sus colegas y lectores, Enrique no era solo un creador; era el de la pluma afilada y la eterna sonrisa, un intelectual que supo utilizar la risa como un instrumento para decir verdades profundas sin ofender, para criticar sin vulgaridades.

La historia de Enrique Núñez Rodríguez comenzó el 13 de mayo de 1923 en Quemado de Güines, en la provincia de Villa Clara. Desde muy joven, las experiencias que moldearían su sensibilidad artística y su conciencia social fueron numerosas. Fue vendedor de periódicos y trabajador textil. Con apenas diez años, comenzó a colaborar en publicaciones estudiantiles, y para 1936, su trabajo ya aparecía en una revista literaria de la izquierda cubana, indicando una precocidad intelectual y un compromiso político incipientes.

Un punto de inflexión en su vida, que él mismo relataría en uno de sus libros más célebres, fue el día en que vendió su bicicleta para costearse su traslado a La Habana. En la capital, casi por azar, comenzó a escribir columnas de humor social y político en periódicos como Siempre, Pueblo y el semanario Zig-Zag, donde sus crónicas sobre los inicios de la Revolución Cubana en 1959 ganaron gran aceptación. Su debut en la radio ocurrió en 1948 en la emisora COCO, con el espacio “Cuba en llamas”, un programa de sátira política que marcaría el inicio de una prolífica relación con los medios audiovisuales.

No obstante haber estudiado Derecho en la Universidad de La Habana, donde se graduó en 1962, abandonó el ejercicio de la abogacía para dedicarse por completo a la escritura. Esta decisión no fue casual, reflejaba una vocación inquebrantable por el arte y la comunicación. Su militancia en el Partido Socialista Popular y en el Partido del Pueblo Cubano (Ortodoxo), así como su colaboración con el Movimiento 26 de Julio, nos muestran a un hombre comprometido con los procesos sociales y políticos de su tiempo, un compromiso que siempre filtró sutilmente en su obra.

La producción de Núñez Rodríguez es tan extensa como diversa, y abarca prácticamente todos los formatos de expresión popular de su época.

En 1949, estrenó en el emblemático Teatro Martí dos obras que lo consolidarían como una voz fresca en el teatro cubano: Cubanos en Miami, una sátira sobre los cubanos que tras un breve viaje turístico imitaban los modismos estadounidenses, y La chuchera respetuosa, protagonizada por la legendaria Rita Montaner. A estas les seguirían un repertorio de piezas que hoy forman parte del canon del mejor teatro vernáculo cubano, entre las que destacan Voy abajo, El bravo y Gracias, Doctor, que ganaría la primera mención en el Premio Luis de Soto en 1959.

Su ingreso al Circuito CMQ, la emisora más importante de Cuba en ese entonces, marcó el despegue de su popularidad nacional. Pronto se hizo indispensable, escribiendo guiones para programas de gran audiencia.

En la radio, se destacó con series de aventuras como Leonardo Moncada, “el titán de la llanura”, y con espacios costumbristas y humorísticos como Chicharito y Sopeira y Cascabeles Candado, este último protagonizado por la popular caracterización de Luis Echegoyen. Su éxito radial fue tal que estos tres programas llegaron a ocupar los primeros lugares en las encuestas de audiencia de la época.

La transición a la televisión fue natural y exitosa. Llevó consigo sus personajes y creó nuevos programas que se convirtieron en líderes de audiencia. Seriales de gran popularidad como Si no fuera por mamá y el célebre Casos y cosas de casa -que cautivó a las familias cubanas cada jueves por la noche durante 14 años- salieron de su pluma. También escribió comedias para la pantalla chica como Dios te salve comisario, Sí, señor juez y La sirvienta. En sus últimos años, continuó innovando con seriados como Conflictos, demostrando una versatilidad y una vigencia creativa excepcionales.

De forma paralela a su trabajo audiovisual, Núñez Rodríguez mantuvo una columna dominical en el periódico Juventud Rebelde entre 1987 y 2002, una de las secciones más leídas de la publicación. Allí, con el seudónimo de “El vecino de los bajos” -en simpática alusión a que sus textos se publicaban compartiendo espacio en la página con los de Gabriel García Márquez, “el vecino de los altos”-, desplegó su talento para la crónica costumbrista.

Su obra literaria compila muchas de estas estampas de la vida cubana. Libros como Yo vendí mi bicicleta, A guasa a garsin (un grito de los choferes de su tierra natal) y Oye como lo cogieron son memorias autobiográficas salpicadas de anécdotas, encuentros con personajes populares y un profundo análisis de la identidad nacional. Como señaló Pedro de la Hoz, un colega periodista, en estas crónicas Cuba respira.

Foto: Cubarte

El impacto de Núñez Rodríguez no se mide solo en ratings o ejemplares vendidos, sino en la huella que dejó en quienes lo conocieron y en la cultura colectiva. Sus colegas y especialistas han reflexionado sobre su legado, destacando tanto su calidad humana como su genio creativo.

El periodista Mario Muñoz Lozano lo recuerda como un hombre de pluma afilada y eterna sonrisa, un intelectual al que siempre admiró. Guarda como un tesoro un ejemplar autografiado de Yo vendí mi bicicleta y evoca la sencillez con la que el artista se presentó en la Isla de la Juventud para compartir sus trampas y secretos para escribir una buena crónica. Esta sencillez y accesibilidad son rasgos que se repiten en todos los testimonios sobre su persona.

Su filosofía sobre el humor queda perfectamente resumida en una de sus citas más célebres, que hoy se erige como su testamento creativo: “el humor sirve para decir las verdades más grandes del mundo, hacer reír sin ofender y, sobre todo, criticar sin vulgaridades”. Esta máxima no era solo una teoría; era la práctica que guió toda su obra.

Su trabajo en el costumbrismo lo sitúa en un linaje de grandes de la crónica cubana. Según varios analistas, perteneció a la estirpe de Emilio Roig de Leuchsenring, Miguel Ángel de la Torre, Eladio Secades, Félix Soloni y Eduardo Robreño. Su prosa era sencilla e ingeniosa a la vez, con un dominio del gancho que atrapa a los lectores.

No hacía alarde de sus conocimientos, sino que iba directo al grano. Esta habilidad para trenzar en una sola voz, en espiral ascendente, las voces de antepasados y contemporáneos es, quizás, uno de sus mayores logros.

Entre los reconocimientos y distinciones que recibió durante su vida están el Premio Nacional de Periodismo José Martí, el Premio Nacional de Humorismo (2001), el título honorífico de Héroe Nacional del Trabajo de la República de Cuba, la Orden Félix Varela, la réplica del machete de Máximo Gómez, la condición de Hijo Distinguido de Quemado de Güines, su tierra natal, y el Premio nacional de Radio, en 2002, poco antes de su fallecimiento.

Enrique fue asimismo Diputado a la Asamblea Nacional del Poder Popular y Vicepresidente de la Uneac.

Su obra es un espejo en el cual la sociedad cubana puede seguir reconociéndose; un recordatorio de que, como él bien demostró, se pueden decir las verdades más grandes con una sonrisa. Releer a Núñez Rodríguez es un acto de reafirmación cultural y un disfrute para el alma. Su legado permanece, no como una reliquia del pasado, sino como una voz viva y necesaria, como el vecino de los bajos que siempre tiene una historia sabia y amena.

Lázaro Hernández Rey