Amelia Peláez, en su intimidad habanera

Amelia Peláez, en su intimidad habanera
Amelia Peláez, renombrada artista cubana de la plástica./Foto de Archivo.

Si usted no conoce la obra de la pintora cubana Amelia Peláez y se encuentra en La Habana, pruebe a caminar lentamente por la calle L, desde la Universidad, en dirección a la esquina de la calle 23.

Justo cuando se encuentre frente al hotel Habana Libre, solo tiene que alzar la mirada para encontrarse con el enorme mural de 69 metros de largo y diez de alto, en el que predominan ocho tonos de azul, y para cuya elaboración fueron necesarios cientos de miles de pequeñas piedras de pasta de vidrio. Esa es una obra de Amelia, y ella la nombró Frutas cubanas.

La genial artista, sobrina de Julián del Casal, nació en Yaguajay, Las Villas, el 5 de enero de 1896, en plena guerra, en la cual el Ejército Libertador combatía contra las tropas españolas en la manigua. Tenía 19 años cuando su familia decidió asentarse en La Habana, lo que aprovechó para iniciar estudios regulares en la Academia de Bellas Artes de San Alejandro.

Allí la descubrió la autorizada mirada de uno de los grandes académicos cubanos, Leopoldo Romañach, quien advirtió el talento de la joven estudiante, y comenzó a guiarla por los laberintos de la pintura.

En marzo de 1924 presentó, conjuntamente con María Pepa Lamarque, su primera exposición personal en la Asociación de Pintores y Escultores en La Habana. Meses después viaja a Nueva York para tomar un curso de verano en la Liga de Arte de esa ciudad.

Amelia en su casona taller. Foto: Archivo de Granma

Se establece en París, donde asiste a los cursos libres de la Académie de la Grande Chaumière, en la Ecole Nationale Supérieure des Beaux-Arts y en la Ecole du Louvre, y conoce y asiste a la cátedra que imparte Aleksandra  Ekster, reconocida pintora y escenógrafa rusa.

En 1934, ya en La Habana, se sumerge a pintar intensamente en su casona de Santos Suárez, donde tiene su taller, rodeada de helechos, flores, rejas adornadas y vitrales multicolores que custodian su intimidad hogareña.

Se inserta y participa activamente en el movimiento de los artistas cubanos modernos. En enero de 1935 comienza a exponer sus obras. El Lyceum de La Habana le abre sus salas y, a partir de ahí, sus lienzos cuelgan en diferentes exposiciones, tanto nacionales como extranjeras.

Fascinada por la cerámica comienza en 1950 a trabajar la arcilla hasta dominar toda su técnica. Amelia nos legó una impresionante colección de bellísimas joyas de cerámica. Su estilo se caracteriza por recrear las naturalezas muertas en un espacio interior íntimo, y en primer plano flores o frutas cubanas, atrapadas en gruesos trazos, entre coloniales rejas y vitrales.

En una visita a la casona taller de Amelia por el periódico Granma, se atesora una colección de imágenes inéditas de ella y de sus familiares. En esa ocasión, pintaba un lienzo que estaba colocado en un gran caballete de madera. Al alcance de su mano, en una pequeña mesa auxiliar, varios vasos estaban repletos de pinceles planos, redondos y anchos para pintar fondos y una espátula.

Amelia recibió numerosos premios y reconocimientos, tanto nacionales como extranjeros. Sin embargo, el más preciado fue el que le otorgó su pueblo, al considerarla una de sus más importantes artistas. Falleció en La Habana, el 8 de abril de 1968.

(Tomado del Periódico Granma)

(Autor: Delfín Xiqués Cutiño)

Redacción Radio Enciclopedia