Bola de Nieve, el piano man de Cuba

Cuando el 2 de octubre de 1971 falleció Bola de Nieve en Ciudad de México, un capítulo de la música cubana se cerró con él. Ignacio Villa Fernández tuvo una muy especial relación con la canción, y específicamente con el piano, instrumento del que no pudo –ni quiso– desprenderse nunca.
Nació en Guanabacoa, cuna de grandes nombres de nuestra cultura, y su inclinación musical se impuso por encima de otros intereses académicos. Comenzó su carrera amenizando las películas silentes de moda en el cine Carral de la propia villa: de esa manera iniciaría una vida dedicada al arte, que estaría signada por un refinamiento estilístico y una gracia inigualable, colmada de su contagioso carisma y su virtuosismo pianístico.
Bola cantaba en inglés, francés, italiano y portugués con una soltura sorprendente, y su desenfado en el escenario era uno de sus atractivos.
Mucho se habla de su apodo y de si en verdad fue idea de Rita Montaner, figura con la cual Bola mantenía una relación de trabajo muy estrecha, avalada por el hecho histórico de haberla acompañado en el Hotel Sevilla, donde por primera vez Rita cantó El manisero, de Moisés Simons, y Siboney, de Ernesto Lecuona.
Su nombre artístico surgió durante una gira a México en enero de 1933, cuando viajó como pianista acompañante de La Única, y su nombre apareció definitivamente en los carteles como Bola de Nieve.
Luego, en ese país, fueron contratados para presentarse en el teatro Iris, y actuaron en la Revista Cuba-México, y posteriormente en la sala Politeama. Fue justo en ese lugar donde Bola comenzó, casi por casualidad, su carrera de solista; debido a que Rita había regresado a Cuba y tuvo que asumir un repertorio en el que incluyó obras del entonces joven poeta Nicolás Guillén, musicalizadas por Emilio Grenet, tales como Vito Manué, tú no sabe inglé y otras con gran aceptación del público mexicano.
Bola, más allá de su peculiar manera de tocar e interactuar con la audiencia, fue autor de canciones antológicas como Si me pudieras querer o Arroyito de mi casa; y, sin embargo, no se consideraba un compositor, y mucho menos de éxito.
Fue su amigo personal y gran colaborador, Ernesto Lecuona, quien le animó en innumerables ocasiones a seguir componiendo y a regresar a La Habana a dar conciertos; y, sobre todo, a entronizar un estilo hasta entonces casi único que tuvo en él un exponente casi inigualable: el llamado piano man.
Esta tipicidad consiste en un cantante que actúa, charla y va generando un hilo narrativo en cada presentación, en el cual se establece un vínculo visual y musical entre él y el instrumento, cargado de emotividad y espacios sensoriales, donde el virtuosismo ocupa un lugar primordial.
Bola de Nieve daría su último concierto en Cuba el 20 de agosto de 1971, en el teatro Amadeo Roldán, en un homenaje a Rita Montaner; y ese mismo año su gran amiga Chabuca Granda (de quien Bola había versionado como pocos su Flor de la canela) le preparaba un homenaje en Perú junto a colegas y admiradores. Pero Bola, asmático y diabético, nunca pudo asistir; decidió irse temprano al parnaso de los grandes de nuestra música.
Escrito por Oni Acosta Llerena/Granma