El arte inimitable de Alicia Alonso

El arte inimitable de Alicia Alonso
Alicia Alonso en Giselle Foto: Luis Castañeda

Con esa frase icónica del ilustre poeta y novelista José Lezama Lima (1910-1976), quiero evocar la sagrada memoria de la prima ballerina assoluta Alicia Alonso (1920-2019), en el aniversario 104 del natalicio de quien fuera -junto con Fernando (1914-2013) y Alberto Alonso (1917-2007)- fundadora y directora general del Ballet Nacional de Cuba (BNC), Patrimonio Cultural de la Nación, y miembro de honor del Consejo Internacional de la Danza (CID-UNESCO), hasta su lamentable deceso.

Foto: Cortesía del Museo Nacional de la Danza.

Detallo la impresión que me produjo ver danzar a la eximia ballerina en la sala García Lorca del Gran Teatro de La Habana (hoy Alicia Alonso), en los lejanos días del año 1974, hace exactamente medio siglo; imagen que quedó registrada para siempre en mi memoria poética.

Estaba recién llegado a la carpenteriana “Ciudad de las Columnas”, donde conocí a muchos amantes de la danza clásica, y específicamente, seguidores de la fecunda trayectoria artístico-profesional de Alicia, Mirta Plá, Josefina Méndez, Loipa Araújo y Aurora Bosch, las cuatro joyas del ballet cubano y universal, así como de todas las figuras claves, en aquella época socio-histórica, de esa emblemática agrupación danzaria.

Foto: Cortesía del Museo Nacional de la Danza.

Pude ver bailar a Alicia Alonso, quien interpretó el papel protagónico del ballet romántico Giselle, en el vetusto Coliseo de La Habana Vieja, donde entré por primera vez, y quedé deslumbrado con la fastuosidad de ese edificio decimonónico, pero mucho más cuando vi a aquel ser alado aparecer en el proscenio de la sala García Lorca para prestarle pie y alma a la inocente campesina germana, que muere como consecuencia de un desengaño amoroso.

Como psicólogo -no como cronista del BNC, que todavía no lo era, ni siquiera soñaba serlo- lo que más me impresionó de Alicia fue el hecho de que estaba tocada por el ángel de la gracia o de la jiribilla, según Lezama Lima, porque hay que estar bendecido por el “Espíritu Universal”, por los dioses del Olimpo o por los orishas afrocubanos, para concluir el primer acto con la caracterización impecable del deceso de Giselle; escena donde Alicia fusiona en cálido abrazo técnica académica, depuradísima, y magistral interpretación teatral, con una sólida base en la psicopatogénesis de un cuadro psicótico agudo, cuyo desenlace es el encuentro con Tanatos (la muerte, en el vocabulario psicoanalítico ortodoxo).

Tras, los efectos emocionales desencadenados por esa hipnotizadora interpretación, cuando apareció Alicia, convertida en una Willis, personaje etéreo, fantasmal, para danzar con su amado duque de Silesia, encarnado -en aquella función- por el primer bailarín Jorge Esquivel, hasta hacerlo fallecer por mandato expreso de la despiadada Reina de las Willis.

Las sensaciones que generó ese abrupto cambio, acaecido en el segundo acto de esa joya del arte danzario de todas las épocas y todos los tiempos, y en el que Alicia deja de ser la dulce doncella enamorada para transfigurarse en un espectro, son similares a las que provoca un encantamiento, embrujo o hechizo.

No sé por qué curiosa asociación libre, mi archivo mnémico evoca las palabras del ilustre autor de Paradiso, al referirse a Alicia Alonso: «[…] no ha tenido que formar una escuela [aunque la creó, junto a los maestros Fernando y Alberto Alonso, y es -sin duda- una de las mejores del orbe], bastaba su ejemplo, como decía una gran bailarina española: yo enseño bailando […]», recogido en el libro Prosas cubanas por Alicia Alonso, de los compiladores Pedro Simón y José Ramón Neyra. No existe la más mínima objeción: Alicia enseñó bailando durante toda su fecunda existencia terrenal.

De acuerdo con el criterio sustentado por los teóricos de la danza, el ballet es una disciplina con una técnica académica difícil y compleja, ya que abarca todo un potencial técnico: adagio, giros, saltos y cada especialidad danzaria lleva implícitos impecables movimientos físicos, que no solo comprometen el cuerpo, sino también la mente y el espíritu de los intérpretes.

Según esos indicadores teórico-conceptuales y metodológicos, la genial bailarina reunía y dominaba -con gran excelencia artístico-profesional- todos y cada uno de esos recursos aportados por la técnica, y los fundía en cálido abrazo con los indicadores interpretativos, sobre los cuales, junto con los técnico-académicos, se estructura el arte danzario en general, y el ballet clásico en particular.

¡Gloria eterna al alma noble y buena de Alicia Alonso, nuestra más eminente artista escénica de todas las épocas y todos los tiempos!

Jesús Dueñas Becerra