Educar, una obra de infinito amor

El 22 de diciembre de 1961, cuando se izó en la Plaza José Martí de La Habana, la bandera que proclamaba a Cuba Territorio Libre de Analfabetismo, la Revolución conquistaba su primera gran batalla trascendente en el orden educacional.
Ese día constituye para los cubanos, el recuerdo de un legítimo júbilo y el símbolo de cómo con la fuerza del pueblo se derrumbaron para siempre cuatro siglos y medio de ignorancia.
Es la fecha consagrada por la historia hace 61 años. Nada más justo que se le dedique, por lo significativo y entrañable, a honrar el espíritu revolucionario, la actitud abnegada y consciente con que los trabajadores de la educación aportan día a día su esfuerzo a la sociedad.
En un país como Cuba, que construye a paso infatigable el Socialismo, la educación se convierte en tarea de primordial importancia que, por compleja y difícil, reclama el concurso de todos.
De la eficacia con que se ejerza, la participación y el apoyo que los cubanos le ofrezcan, depende en gran medida el incremento del ritmo del desarrollo de la economía, la mayor solidez de los logros que se alcancen en la producción, el ascenso de la productividad a niveles cada vez más altos, el avance incontenible de la ciencia y la técnica. En las aulas está sentada hoy la historia del futuro.
En la consolidación de estos objetivos cimeros, corresponde al educador un papel de indudable relevancia y responsabilidad social. Como trabajador ideológico de la formación de las nuevas generaciones, mediante él se garantiza la permanencia de la victoria de la Revolución. Su labor es esencialmente creadora y formativa. Ha de moldear conciencias, hacer crecer el pensamiento, fomentar hábitos y formas de conducta inherentes a un nuevo contexto social. El maestro, en fin, ha de ser inspirador y guía.

Los maestros cubanos son continuadores de una larga tradición humanista y revolucionaria. De sus hábiles manos de artífices ha salido la arcilla transformada en realidades. Si la Revolución Cubana como proceso transformador, multidimensional, extraordinario, exhibe entre sus principales logros la inmensa obra educacional, su sustento esencial brota del indiscutible liderazgo de -como heredero del pensamiento del Apóstol- en el que la dimensión educativa ha iluminado el sendero por el que ha transitado su lucha por la emancipación, la conquista de la justicia social y la dignificación de los cubanos.
Como parte de un pensamiento político, pero de vocación universal, la educación deviene dimensión esencial en su ideario acerca de la transformación social e individual desde la comprensión del nexo profundo entre cultura, política, ética y educación.
Así, el Comandante en jefe Fidel Castro advertía que “… Educar es todo, educar es sembrar valores, es desarrollar una ética, una actitud ante la vida. Educar es sembrar sentimientos. Educar es buscar todo lo bueno que pueda estar en el alma de un ser humano, cuyo desarrollo es una lucha de contrarios, tendencias instintivas al egoísmo y a otras actitudes que han de ser contrarrestadas y solo pueden ser contrarrestadas por la conciencia. Vean si es importante, es decisivo: No puede haber socialismo sin educación, como no puede haber educación, justicia social y socialismo sin Revolución. Tengo una fe ciega en el hombre, una fe inquebrantable en lo que puede hacer la educación y una fe infinita en nuestros presentes y futuros educadores, sembradores de la conciencia necesaria…”.

El Día del Educador, que cada año se celebra en Cuba el 22 de diciembre, deviene en jornada de alegría y reconocimiento sincero a la labor meritoria que desempeñan los maestros en las más diversas enseñanzas, desde que aparece en el horizonte la luz del sol y despunta el alba, porque ese espacio de homenaje nunca debe dilatarse.
Se trata de resaltar este día, con sobradas razones, las hermosas virtudes de aquellos que ejercen una profesión tan hermosa como exigente, pero que reconforta en sus propias vidas por los frutos que de ella emanan, cuando logran contagiar con el saber a tantos niños, adolescentes, jóvenes, adultos y hasta ancianos, y le engrandecen el alma.
Cada Día del Educador deviene en fiesta colectiva de pioneros, estudiantes, maestros y profesores, padres y hasta buena parte de la familia, para rendir el merecido reconocimiento a los que llevan de la mano a los educandos para saciar las ansias del conocimiento, potenciar su inteligencia e impulsar los destinos de la vida. Y con ellos se podrá contar siempre, más allá de las aulas, como parte inseparable de su razón de ser.