Duaba, el honor trascendente de una expedición

Duaba, el honor trascendente de una expedición
Imagen tomada de Granma.

Ya era la madrugada del día primero de abril de 1895 en las proximidades de Baracoa, al extremo más oriental de Cuba, y llegaba al lugar donde desemboca el río Duaba una goleta nombrada Honor, con una valiosa carga de patriotas.

En aquella expedición venía Antonio Maceo Grajales, el héroe legendario de un millar de batallas y el cuerpo cruzado de cicatrices, el revolucionario a carta cabal, el hombre de penetrante visión, para el que la guerra era solo el medio doloroso y necesario, justificado por el fin supremo de la independencia, la libertad y la dignidad de la Patria.

Lo acompañaban hombres de probada lealtad como Mayores Generales del Ejército Libertador en la guerra de los Diez Años y la Guerra Chiquita, su hermano José y Flor Crombet, junto a 20 patriotas más.

Ellos constituían el primer grupo proveniente del exterior, que se integraría al levantamiento iniciado en Baire hacía poco más de un mes. Habían salido el 25 de marzo desde Puerto Limón, en Costa Rica. Pocas horas después, durante el primer enfrentamiento con las fuerzas españolas, se escuchó aquella voz  inconfundible: unas horas del arribo, Maceo y su pequeño grupo de patriotas se enfrentaron a una patrulla española que los perseguía y la derrotaron, haciéndole huir despavorida al escuchar el grito de: ¡Aquí está Maceo! ¡Viva Cuba Libre!

El solo conocimiento de la presencia de Antonio Maceo ya en tierra cubana fue conociéndose de voz en voz por todas partes, lo que impulsó a muchos jefes mambises y patriotas a sumarse a la contienda, que gloriosamente pasó a la historia como la Guerra Necesaria.

España había restado importancia a aquel levantamiento del 24 de febrero en diversos lugares de Cuba. Pero allí donde pudiera estar presente el Mayor General Antonio Maceo y sus hombres era para los peninsulares muy peligroso. Prueba de ello fueron los manejos diplomáticos por esos días, los refuerzos militares en Cuba y la designación de Arsenio Martínez Campos, un jefe militar de alto prestigio, considerado como pacificador.

Pero nada pudo detener el ímpetu del desembarco y las hazañas posteriores de esos hombres grandiosos. Porque el general Antonio  simboliza, en su forma más pura y elevada, la entrega sin reservas a la causa de la Revolución, la rectitud inviolable de los principios y la intransigencia ante todo lo que entrañe menoscabo a la independencia absoluta, la previsión certera ante el peligro de la injerencia yanqui y el sentimiento latinoamericanista. La preocupación de España no carecía de razón. Ahí estaba el líder insurgente, el protagonista de la Protesta de Baraguá.

A la distancia de 130 años, aquel acontecimiento adquiere dimensiones extraordinarias, teniendo en cuenta que solo 10 días después, José Martí y el Generalísimo Máximo Gómez desembarcaban también en Cuba, esta vez al sur de la provincia oriental, por Playita de Cajobabo.

Las nuevas generaciones, junto al pueblo de Baracoa, marcharon en peregrinación hacia el obelisco que marca el lugar exacto de aquel desembarco del primero de abril de 1895, para reafirmar el compromiso con la Patria de preservar, sobre todo, la unidad; ganar a fuerza de las ideas y de la acción cada nueva batalla.

Ana Rosa Perdomo Sangermés