Luis Mariano Carbonell y la creación de la poesía

Luis Mariano Carbonell y la creación de la poesía
Luis Carbonell, acuarelista de la poesía antillana. Foto: Cubadebate.

La tradición oral configurada en la presencia de Luis Mariano Carbonell vertió de forma constante un flujo de experiencias, acompasadas a su éxito inicial y a su rol como una de las figuras más importantes de la naciente televisión cubana. Allende a esa visión -enfatizada en las disputas comerciales de entonces-, Mariano fue un hombre de oficio, multitudinario en sus expresiones y en su experticia, que ligó el verbo poético con carácter propio y universal para el público que disfrutó sus narraciones.

Es que el verso cobrara nuevo significado con sus palabras. Eran unos los autores de los poemas y otro, más enriquecido, el verso originado de sus palabras. Colorista de la poesía antillana, maestro de la declamación, Carbonell infundió una maestría inimitable, un trabajo denodado para con sus proyectos que también se extendieron al ámbito musical, el magisterio, productor de televisión o en la representación de artistas en varios proyectos. Como apunta el curador, periodista y crítico de arte Tony Piñera:

“(…) Luis no solo enseñaba música, montaje de voces, canciones; no solo montaba arreglos vocales a los grupos porque solo de la conversación diaria en cada ensayo o encuentro, regalaba como un surtidor generoso, conocimientos de cultura general con su formidable memoria, aunque decía que no tenía buena memoria, sino disciplina para grabarse los poemas y la indiscutible hazaña de decir un cuento, que ensayaba con la exigencia de punto por punto y coma por coma, como le vimos hacer en más de una ocasión, además de una asignatura que nunca faltó en sus clases, la ética y el respeto al público”.

Y de esas experiencias pervive en la memoria la calidez y cercanía de su figura. La disposición a ayudar y convencer desde el trabajo fue concebida en su trayectoria como la realización personal y colectiva en la matriz espiritual del ser humano. En ese rango Mariano nunca albergó reticencias ni celos.

Cuando falleció el 24 de mayo del 2014 perdimos no solo a un maestro consagrado, con nueve décadas de excelencia a sus espaldas. La honestidad y la dedicación inherentes a él, la calidad humana y el virtuosismo establecido en la dedicada labor al arte que defendió, nos legaron a un artista irrepetible en los anales de la cultura cubana. Para Abel Prieto, presidente de Casa de las Américas: “Carbonell fue un hombre de patriotismo entrañable, orgánico, ajeno a toda retórica y dueño de una humildad sin límites”. Al momento de su partida física, el humorista Carlos Ruiz de la Tejera comentaba que: “No debemos de estar tristes porque dejó todo un camino hecho y muchos ejemplos de cómo debe ser el arte”.

Desde ese umbral, ante el cual inevitablemente debemos continuar apreciando una vez más su estatura, es desde donde continúa viviendo Luis Carbonell. Libre de sesgos y tribulaciones expeditas, su vida y su trabajo dan pruebas evidentes de un narrador oral y un declamador excepcional que rompió los moldes, no por altanería o convencimiento, sino por la exégesis personal y detallada de su propia capacidad, por el mural referido de sus condiciones y la respuesta válida y dedicada al encasillamiento de los estereotipos. Al respecto, comenta el investigador Reynaldo González:

“Luis Carbonell ha sabido burlar el estatismo inherente al ‘masaje’ radiotelevisivo y, también, a quienes quisieran verlo adscrito a la industrialización de la nostalgia, sublimación que promueve la “onda retro” y se recrea en sucesivos revivales de cualquier tiempo pretérito. Los ambiciosos proyectos de Carbonell trascendieron la reiteración autocomplaciente y narcótica de los medios. Se negó a ser solamente símbolo de una sensibilidad superada y de una etapa que la realidad ha dejado atrás con saludable regocijo. No se resignó a ser la desfasada vedette con retoques, entre elogios condescendientes e inevitables bostezos.

“(…) se rebeló contra la astracanada y la papilla predigerida, de lo sublime a lo ridículo. No acudió a la tendencia casi masoquista de sobrevalorar el pasado, su llegada a la escena siempre ha sido presente. Su autenticidad se ha basado en la inconformidad del verdadero artista. Por eso no pertenece a la nostalgia”.

Lázaro Hernández Rey