Camilo, siempre en el recuerdo de su pueblo

Camilo, siempre en el recuerdo de su pueblo

Camilo Cienfuegos Gorriarán, el comandante de la sonrisa amplia, apenas logró sobrevivir nueve meses al triunfo revolucionario del Primero de Enero de 1959, pero todos reconocen cuánto ofreció al servicio de la Patria en su corta vida, cuánto de valentía y fidelidad sin límites legó como ejemplo a las actuales y futuras generaciones de cubanos, que saben aquilatar toda su valía como hombre humilde de pueblo, de  acción y de pensamiento profundo, que supo ganarse el cariño y el respeto de las masas. 

Para Camilo, luchar por su pueblo querido era crecer como un árbol de amplia copa, envolver en raíces la tierra y el sacrificio, ser un deber vivo, poner la sangre y la luz en el corazón de la Revolución. 

Para él, luchar por su Patria era enfrentar la angustia de verla dependiente y humillada, vibrar como una lámina de acero, embestir la injusticia, desplomar coordilleras y entrar como una ola incontenible en la vida, para que llegara el día de la libertad.

Le puso siempre el pecho a la tiranía, la voluntad a los reveses, el puño a la traición, cariño a la Patria y amor a la Revolución. 

Camilo, siempre en el recuerdo de su pueblo

El Comandante en Jefe Fidel Castro, al valorar al joven héroe, expresó en una ocasión: “Durante los años de lucha en las montañas, nosotros siempre nos preocupábamos mucho por nuestra vanguardia, porque  tenía tareas muy especiales y muy importantes: la primera unidad en chocar con el enemigo si se emboscaba en los caminos, cuidar la ruta, montar guardia permanente. ¡Y allí, en el pelotón de vanguardia de nuestra columna, estaba Camilo!” 

Su pueblo lo recuerda alegre y jaranero por naturaleza, entregado en cuerpo y alma a los riesgos y azares de la lucha, por difíciles que fueran las circunstancias que le tocara afrontar. Pero la forma distintiva de su carácter, esa manifestación jovial y juguetona de su personalidad, no mellaron nunca  su autoridad como jefe, y así supo ganarse el cariño y la simpatía de todos. 

Camilo fue un apasionado defensor de la unidad revolucionaria, a cuyo servicio se puso con infatigable energía. Se le veía siempre presto a convencer, a unir, a fundir, en un solo haz, voluntades y criterios. 

Por eso, y muchas razones más, vive en la perennidad de su vigencia, no solo en ocasión de recordarlo cada 28 de octubre, cuando las flores visten el mar de colores y fragancias, como el más hermoso tributo de recordación. 

Camilo, siempre en el recuerdo de su pueblo

También vive acuñado en la memoria por los cantos de los niños y jóvenes, el pueblo todo, que asoman sus emociones con solo mencionar su nombre, viendo su imagen que en ocasiones sostiene en sus brazos a un niño pequeño o recibe el beso amoroso de una niña en su mejilla, o manteniendo su fidelidad sin límites al lado de Fidel, de Raúl, del Che… de su pueblo. 

En el año en que se conmemora el aniversario 63 de su desaparición física, el mejor homenaje al Camilo hombre, guerrillero, de profundo pensamiento y héroe, es seguir su ejemplo en la vida y en el combate. Y en las circunstancias actuales, es ponerle el pecho a las dificultades, el hombro a los problemas, empeño y alegría al trabajo y al estudio, y el puño al enemigo que acecha y se empeña en destruir la Revolución. 

La historia y la memoria de muchos recoge para siempre los dolorosos momentos que el pueblo vivió desde que se conoció la noticia de la desaparición del avión Cessna 310, donde viajaba Camilo junto al piloto primer teniente Luciano Fariñas Rodríguez y el sargento Félix Rodríguez González (el escolta que el Héroe de Yaguajay escogió para que lo acompañara en aquella riesgosa misión), en vuelo que cubría la ruta Camagüey-La Habana. 

Los que desaparecieron junto a Camilo aquel 28 de octubre de 1959, cuando la noche y el mal tiempo se abalanzaron sobre el pequeño avión, no quedaron sepultados en las profundidades, se esparcieron junto al entrañable Comandante en la inmensidad del mar y la viva historia de un archipiélago que sigue amaneciendo cada día en el horizonte.

Ana Rosa Perdomo Sangermés