Abelardo Barroso, el sonero mayor

Abelardo Barroso, el sonero mayor
Foto: Portal del ciudadano de La Habana

El 27 de septiembre de 1972 falleció Abelardo Barroso. El Caruso del son (epíteto con que fuera comparado en referencia a su registro vocal y el temor italiano Enrico Caruso) nació en el barrio habanero de Cayo Hueso en 1899. El origen humilde de este músico y compositor estuvo presente en su recorrido vital, definido pos sus interpretaciones y un estilo caracterizado por la elegancia lírica, la pasión popular y la autenticidad.

Durante su carrera tuvo varios retornos exitosos en la escena musical, bien a través de la refundación y adaptación de nuevas sonoridades (como ocurrió en la década de los años 30 tras su regreso de España), o con la ayuda de otras figuras del panorama musical (como fue el caso de Benny Moré en la década del cincuenta). Barroso integró y grabó con varias agrupaciones a lo largo de su carrera. El Sexteto Habanero, el Septeto Nacional de Ignacio Piñeiro, el Sexteto Boloña, la charanga López-Barroso, la orquesta La Maravilla del Siglo, la Banda de Música de la Policía Nacional y la Orquesta Sensación (considerada como un ejemplo de su madurez artística) fueron algunas de ellas.

Las aportaciones de su voz, la resolución de afanes interpretativos en el gusto popular y la capacidad para crecer y sorprender estuvieron siempre presentes en él; mas ello nunca agotó el espectro artístico de Abelardo.

“El carisma de Barroso residía en su autenticidad. No se trataba de un intérprete académico ni de un producto prefabricado. Era un cantante popular que llevaba el ritmo en la sangre, podía dialogar con la clave y la percusión, y sabía proyectar su voz como un instrumento melódico que se fundía con la sonoridad de las cuerdas y las maracas; ese estilo le dio un lugar especial en la historia y lo diferenció de otros vocalistas de su generación”, refiere el locutor Alaín Amador Pardo.

Para los especialistas y musicólogos de su época, Barroso tenía un timbre gangoso, nasal, idóneo para interpretar el son, la guaracha y la música bailable, además de otros géneros como el danzonete y el chachachá. Todo ello lo hizo con una excelsa maestría sostenida por sus dotes naturales y complementada por una capacidad extraordinaria para improvisar, distinguir con su presencia el escenario y otorgarles un sabor particular a las canciones.

“Otro detalle, pasado por alto muchas veces, lo constituye el hecho de que uno de los grandes aportes de Abelardo Barroso fue dignificar la figura del cantante dentro de las agrupaciones de son, pues hasta ese entonces, la voz solía ser solo un componente más del conjunto instrumental, pero con él se consolidó la idea de un intérprete carismático que se erigía como portavoz del sentimiento colectivo o, dicho de otra manera, abrió el camino para que más adelante aparecieran figuras como Benny Moré o Pío Leyva, quienes heredaron esa mezcla de espontaneidad y magnetismo”, comenta Amador Pardo, quien también afirma con justeza que recordar a Abelardo es también reflexionar sobre el papel de la música en la identidad cubana:

“(…) se trata de una figura que simboliza el triunfo del talento humilde, la capacidad de un intérprete para convertirse en ícono nacional y el poder del son como vehículo de comunicación universal. Todo ello con una obra que sigue siendo referencia para músicos contemporáneos que buscan en el pasado la raíz de lo auténtico”.

Desde la constitución y relevancia del son en su trabajo y la preponderancia de la musicalidad del protagonista de noches mágicas, en Barroso estuvieron complementadas las genuinas expresiones de un acervo construido en el espacio de la tradición musical cubana.

Lázaro Hernández Rey