Antonio Gades y el arte de las esencias

Antonio Gades y el arte de las esencias
Antonio Gades Foto: Territorio Flamenco YouTube

Antonio Esteve Ródenas nació en la ciudad de Elda, Alicante y falleció en Madrid un día como hoy del año 2004. Antonio Gades fue el nombre con el cual lo bautizó la coreógrafa Pilar López tras ingresar a su compañía en 1954, y con ese nombre marcaría una impronta en el mundo del espectáculo y las tablas.

Un dominio y manejo notables de las disciplinas tras las presentaciones marcaron muchas de sus puestas más famosas, inmortalizadas en el celuloide en obras como las de Carmen, Bodas de sangre o El amor brujo, junto al cineasta Carlos Saura.

En un mundo donde coexisten el entretenimiento efímero y la disposición a formas artísticas más logradas, Gades apostó por esta última en una propuesta abrigada por el refinamiento de las formas en la danza. En varias ocasiones refirió su interés por despojar al baile de todos sus adornos y añadidos superfluos con el fin de lograr una imagen escueta y esencial.

Fondo Fundación Antonio Gades, CDAEM

“Ni andaluz ni gitano, pero de una integridad espiritual y creativa que ya hubiera querido para sí más de un fundamentalista flamenco, hizo de su arte un modo de estar en el mundo (…) La forma y el fondo fueron, por tanto, indisociables. Frugalidad y clarividencia para un arte al servicio del pueblo”, afirma el investigador Jaime Cedillo.

El propósito de llegar a las formas más puras del arte no fue un aliciente formal para Gades, sino una voluntad innegociable para transmitir el sentir artístico sin recurrir a fórmulas manidas ni a convenciones externas dictadas por la ignorancia de los gustos.

De acuerdo con el periodista Carlos Primo: “(…) Gades, que había empezado desde abajo, supo transformar en danza y en atuendo la lucha de clases sin manierismos ni imposturas. Era elegante como era elegante la danza española, esa disciplina que bebía del flamenco y del ballet clásico, y que dio otros momentos memorables”.

La interpretación y la puesta en escena de este artista nunca dejaron indiferente a nadie. Era imposible que ello sucediera, sobre todo cuando la remembranza del baile en el cuerpo de un representante de la talla de Gades, despojaba las representaciones de la superchería impostada para traerlas de vuelta a su esencia popular.

Y en la búsqueda de tal fin, más cercano y distintivo, no prevaleció el mérito y la remembranza por la originalidad, a falta de otros lauros, sino la humildad de un ser inmenso y sensible, que nos recuerda los valores más preciados de la humanidad.

Lázaro Hernández Rey