Celeste Mendoza y la raigambre del talento

Celeste Mendoza y la raigambre del talento
Celeste Mendoza, La Reina del Guaguancó

«Celeste Mendoza es, sin duda, la gran dama mestiza, humilde y santiaguera que vistió la rumba de mujer sin pensarlo dos veces, abogando por la igualdad de género, no con diatribas vacías o ataques virulentos, sino con su propia obra musical», afirmó el musicólogo y periodista Oni Acosta.

La reina del guaguancó, como la inmortalizara Rita Montaner, cultivó una gran variedad de géneros entre los cuales estuvieron, entre otros, el son, la guaracha, la ranchera, el mambo y el bolero. La peculiaridad de aquel con el cual pasara a la historia nació de sus primeros contactos con la música en Santiago de Cuba. Su virtuosismo, el peso de su voz y la calidad de sus interpretaciones sentaron un precedente en una época donde ser negra y mujer tenía un peso añadido.

«Ese título lo ganó a golpe de ímpetu, gracia y carácter a la hora de interpretar un género que estaba asociado sobre todo a los cantantes masculinos», comentó el periodista Yuris Nórido, quien también añadió: «Ella tenía el don. Bebió de las esencias de una cultura y la recreó con autenticidad, con pleno dominio de un estilo que estaba ligado a la expresión más popular. Y al mismo tiempo, sin restarle fuerza y hondura, estilizaba ese legado […] Su voz era caudal potente, que no se regodeaba en artificios. Le cantó al amor y al desamor, al triunfo y la caída, a la fidelidad y la traición, siempre pulsando acentos dramáticos, cierto desgarramiento que emergía incluso en la rumba más alegre­».

Desde La confianza, tema con el cual se alzó a la fama junto con la orquesta de Bebo Valdés, hasta otros como Que me castigue Dios, Soy tan feliz o Bemba colorá, la impronta de Celeste perdura en la historia de la música cubana.

«Quien escuche su voz –sus voces diversas y dolidas– en el futuro, y no tenga su cuerpo estremecido a mano, ni su sombra iluminada en la profundidad de sus pupilas, sepa que esta mujer nació para estremecer la música de un pueblo, el llamado aparentemente domesticado de los puertos y los solares, y fue su guía y su emblema. Que la imagine libre como un fuego que avanza chisporroteando, suelta como un animal herido, hecha una tromba que va directa al alma, con los sonidos broncos del cuero, que ella hace humanos con su temblor. Celeste Mendoza es un aullido», expresó el periodista Ramón Fernández-Larrea.

La irrupción de su presencia en las interpretaciones de guaguancó marcó un antes y un después en ese género. «La Mendoza llegó, abriéndose paso, como una tromba arrasadora que mostraba exultante su dominio escénico, su cantar desinhibido, acercando sin pedir permiso, y del modo más natural, el guaguancó a la aceptación popular más absoluta­­», destacó la investigadora Rosa Marquetti Torres.

Durante su carrera artística colaboró con agrupaciones como Los Papines, el grupo de son Sierra Maestra, la Banda de Ernest Duarte y la Orquesta Aragón. Asimismo, también se rodeó de grandes artistas como Bola de Nieve, Edith Piaf, Ninón Sevilla y Benny Moré, a quien consideró un hermano.

Auténtica y natural, indulgente y decidida, Mendoza no tuvo una vida ausente de escollos. Más allá de su personalidad o tal vez precisamente a causa de ella, hoy recordamos a una Celeste amante de la vida, indiferente a las elucubraciones del destino. Como enunció Marquetti Torres:

«Cuando partió, con Celeste Mendoza se eclipsó un modo de cantar, de bailar, de hacer.  Y no es que en los rumbones de los barrios las mujeres no canten ya guaguancó, pero lo cierto es que Celeste Mendoza dejó el trono vacío y hasta hoy su reinado ha prevalecido más allá de la muerte y de todas las rumbas que en su honor suenan por toda la Isla, y dondequiera que haya un cubano.  «Celeste hizo trizas el mito de la preeminencia masculina en el género y de paso, lo volvió un acto vocal solitario; y lo hizo desde una fiera sensualidad, con artes de conquista desmedida y pasión desafiante, pero dejando intactos el ritmo y la cadencia que les son esenciales al guaguancó.  Su poder de seducción habitaba en esa bien timbrada voz de contralto, en la desmesura del gesto, en las bondades explícitas de su cuerpo que se empecinaban en transgredir los escasos centímetros de su angosta falda de medio paso, cuando ya parecían atacar su busto prominente y el sobresaliente moño o el empinado turbante.  Tan fuerte y tan grande fue lo que conquistó, tan demoledor el poder de su imagen, que quizás para las que vinieron después continuar el camino resultó inalcanzable.  Ya Celeste no era terrenal: era un mito. Y su corona aún espera por que sea ceñida sobre una cabeza de mujer que, si no supere, al menos iguale su proeza».

Hoy la recordamos con motivo del aniversario de su natalicio. El tesón, su valentía y la raigambre de su talento, no obstante, merecen revisitarse con más frecuencia.

Vea también: Homenaje a Celeste Mendoza

Lázaro Hernández Rey