Cumpleaños de un desobediente

Cumpleaños de un desobediente

Por Jesús David Curbelo

Uno de los signos que suelen acompañar a la alta literatura es la desobediencia, el conocimiento y dominio de los cánones para, una vez resuelto este detalle, intentar subvertirlos hasta que arrojen una idea nueva o al menos distinta de la tradición. En ese sentido, la narrativa italiana del siglo XX nos legó un ejemplar de desobedientes que ha marcado, con su trabajo, caminos esenciales para el cuento y la novela europea y, encima, latinoamericana: Ítalo Calvino, nacido en Santiago de las Vegas el 15 de octubre de 1923, durante el tiempo en que su padre trabajó allí como director de una estación experimental de agronomía.

Si bien en algún momento su compatriota Alberto Moravia teorizó acerca de la improvisación como manera de alcanzar la originalidad literaria, fue Calvino quien se encargó de legarnos el más vivo ejemplo de ella. Desde la aparición de El sendero de los nidos de araña en 1947, hasta sus póstumos Bajo el sol jaguar o Seis propuestas para el próximo milenio, este monstruo de la prosa no cesó de sorprender a sus lectores. De algo estaba muy claro: lo importante son los lectores, aquellas personas con las cuales el escritor necesita comunicarse y definen su futuro entre la tierra y el cielo, porque ellas también necesitan de esa comunicación que les ayuda a sobrellevar el mundo y la existencia. A través de sus largos años de trabajo editorial en Einaudi y su colaboración en publicaciones como Italia domani, Passato e Presente, Il Menabò di Letteratura y el Corriere della Sera, Calvino aprendió a valorar la función del lector. Para ellos se esforzó desde su puesto de editor: las Cuentos populares italianos, la colección Centopagine, las reseñas y notas de contracubierta donde propone lecturas cruzadas a manera de premisa, preparación, presupuesto de otras lecturas presentes y futuras, son quizá las pruebas irrefutables. Y, desde luego, los propios personajes lectores de Calvino: el obrero comunista de «La sangre misma», el partisano de El sendero de los nidos de araña que lee sin respiro un grueso libro llamado Superpoliciaco, el estudiante de «Comida con un pastor», los inspectores de «El general en la biblioteca», la parte buena del vizconde demediado, el baroncito Cósimo Piovasco de Rondó y el bandolero por él iniciado en el consumo de las novelas de Richardson y Fielding, y, la apoteosis, la lectora Liudmilla, protagonista de Si una noche de invierno un viajero y aspirante a la omnivalencia en el acto de leer.

Ese afán de sorpresa, de cambio, ese sentido de la responsabilidad para con la cultura y el otro, lo llevó a continuos saltos del realismo a lo fantástico, tal cual se ve en un periplo desde El sendero de los nidos de araña a la trilogía Nuestros antepasados, y de esta a novelas tales como La especulación inmobiliaria o La nube de «smog». Estos volúmenes podrían estar firmados por personas distintas, por el Ítalo Calvino diferente que redactaba los diversos libros, o por el dúplice que redactaba cada uno. A propósito de ello, confesó:

Cuando escribo un libro que es pura invención, siento un anhelo de escribir de un modo que trate directamente la vida cotidiana, mis actividades e ideas. En ese momento, el libro que me gustaría escribir no es el que estoy escribiendo. Por otra parte, cuando estoy escribiendo algo muy autobiográfico, ligado a las particularidades de la vida cotidiana, mi deseo va en dirección opuesta. El libro se convierte en uno de invención, sin relación aparente conmigo mismo y, tal vez por esa misma razón, más sincero.

Y todavía no contento, un buen día se fue a París y se vinculó con el OuLiPo, y los experimentos lingüísticos-composicionales de un Raymond Quenaeu (Cent mille milliards de poèmes, Les fleurs bleues, traducida por él al italiano) o un Georges Perec (La Disparition, La vie, mode d’emploi), de cuyos nuevos modelos estructurales servibles para crear nuevas obras auxiliados por las posibilidades matemáticas, Calvino extrajo la gasolina de ciertos elementales ejercicios de escritura, puerta por la que entraron luego Las ciudades invisibles, El castillo de los destinos cruzados y Si una noche de invierno un viajero. Exponentes todas de la narrativa como un proceso combinatorio donde se sienten también los ecos de Barthes, Greimas, Genette, Ponge (de este tradujo los poemas en prosa «Le savon», «Le charbon» y «La pomme de terre», incluidos en la antología La lectura,publicada por Zanichelli) y otros creadores que, ya fuese con la teoría o con la práctica, intentaban renovar los modos de decir las inquietudes del espíritu contemporáneo.

Al final, tanta desobediencia tuvo sus frutos y Calvino se impuso a los malos modos de la censura y los gustos anquilosados de la crítica pacata y la academia complaciente y hoy nos acompaña como una de las mayores voces de la literatura contemporánea.

Fuente: UNEAC

Redacción Radio Enciclopedia