El Conjunto Folclórico Nacional y la pervivencia de la otredad
Tras el triunfo de la Revolución, en 1959, el proceso de transformaciones en Cuba impactó a todas las esferas de la vida social. La cultura no estuvo distante a ese influjo. Por aquella época culminaba la Campaña de Alfabetización, se creaban numerosas instituciones y se impulsaba la promoción artístico-literaria con renovado ímpetu.
Luego de consolidarse el Ballet Nacional de Cuba y tras la fundación del Conjunto de Danza Moderna, el 7 de mayo de 1952 se creó el Conjunto Folclórico Nacional (CFN) con el objetivo de rescatar, conservar y desarrollar las tradiciones africanas y españolas, en un empeño por representar la voz de los marginados mediante los cantos y bailes folclóricos de la nación.
Ideada por el folclorista y escritor cubano Rogelio Martínez Furé y el coreógrafo mexicano Rodolfo Reyes Cortés, la iniciativa contó asimismo con la presencia de portadores de tradición, artistas e investigadores como Trinidad Torregrosa, Nieves Fresneda, Jesús Pérez, Manuela Alonso Lázaro Ros, Luisa Barroso y Emilio O´Farrill.
Para Marilyn Garbey Oquendo, teatróloga y profesora de la Universidad de las Artes (ISA), el Conjunto llenó un gran vacío, porque se desconocían nuestras manifestaciones folclóricas músico-danzarias, y urgía revalorizarlas al calor de las transformaciones acaecidas en Cuba.
En el programa de mano del CFN se establecieron las funciones y la pertinencia de su labor en los campos de la música y la danza y como encargado de seleccionar las formas de verdadero valor artístico para organizarlas de acuerdo a las exigencias teatrales modernas sin traicionar su esencia folclórica.
De acuerdo con esos fundamentos: «[…] la misión del Conjunto Folclórico Nacional no se limitará a la simple presentación de espectáculos, sino que realizará investigaciones en todos los rincones del país, revitalizando o desenterrando géneros antiguos, uniendo a lo tradicional las nuevas tendencias creadas por el pueblo, hurgando en el pasado y haciendo una síntesis del presente».
Isabel Monal, quien fuera directora del Teatro Nacional en aquellos años fundacionales, reflexionó de esta manera sobre el alcance del CFN: «[…] brindó también un inestimable servicio a la maduración social y humana de nuestro país; su impronta en la vida cultural y social contribuyó al proceso de superación de las diversas formas de racismo que habíamos heredado del pasado, al sacar de las catacumbas y lanzar al viento y a la luz aquella sustancia de la espiritualidad cubana que algunos no querían reconocer».
«Para los bailarines negros significó la aceptación dentro de esa manifestación del arte. La presencia no racial, sino también estética… cultural», destacó Santiago Alfonso, bailarín y coreógrafo con una reconocida trayectoria en el conjunto, al cual dotó de un mayor rigor técnico.
«Hubo pensamientos racistas, cuestionamientos de si, hombres y mujeres de pieles oscuras podían elevar sus expresiones culturales al gran arte; pero mediante el trabajo sostenido los integrantes del Folklórico pusieron ante los ojos del pueblo y los criterios de la crítica todos los valores de lo que defendían», añadió Santiago.
En relación con ese empeño, Isabel puntualizó lo siguiente: «Pero hicieron más todavía, ayudaron a demostrar que esa parte de nuestra espiritualidad y de nuestro arte nos abarcaba a todos y no solo a un grupo como algunos pretendían; utilizaron, así, la evidencia escénica y artística para demostrar que aquella tradición era de todos, y así aprendimos a reconocernos en ella y a comprender que era ingrediente sustancial del alma común de la Nación toda».
En su historia, el CFN tiene presentaciones icónicas como la puesta de La tragendia del rey Cristóbal, de Aimé Césaire y con la dirección de Nelson Dorr; María Antonia, clásico de la dramaturgia nacional, de Eugenio Hernández Espinosa, y Trinitarias y Tríptico oriental, del maestro Ramiro Guerra. De su seno nacieron otras agrupaciones como es el caso del Grupo Folclórico Raíces Profundas, la Compañía de Danzas Tradicionales de Cuba JJ y el grupo Obini Batá.
Ese río de aguas siempre renovadas, fiel a sus fuentes primigenias, pero también abierto a la bullente vida, como lo calificara Fernando Ortiz, arriba hoy a sus 61 años de existencia. Llegue a sus miembros y allegados un saludo fraternal de amor y prosperidad.