El verdadero valor de una copa
Ahora que se encuentran tan cercanos los Juegos Olímpicos a celebrarse en París, es oportuno hablar un poco del origen de los premios que se otorgan en esos y otros certámenes, tanto deportivos como de otra índole.
Las primeras competencias deportivas organizadas y que pudieran calificarse como multinacionales fueron los Juegos Olímpicos, que se realizaban en la Grecia antigua en honor a los dioses residentes en el monte Olimpo, según la mitología de ese lugar y época.
Lo que representa el olimpismo o espíritu olímpico, que debe regir esos juegos en la actualidad, proviene de aquellos tiempos en los que los competidores no aspiraban a ganancias materiales sino, exclusivamente, a la fama. Los ganadores eran premiados con una corona hecha con ramas de un olivo sagrado que crecía cerca del templo de Zeus.
En la Roma antigua solían recompensar las hazañas de cualquier naturaleza con una corona de laurel. Esa planta representa la victoria y hasta nuestra época ha llegado esa referencia en la palabra lauro, que en el español es sinónimo de premio y galardón.
También solía retribuirse a quienes se destacaban en hazañas militares con armas, escudos u otros objetos, generalmente obtenidos como botín de guerra. A los gladiadores, que generalmente eran esclavos, se les premiaba con una espada de madera tras muchos combates victoriosos; ganaban su libertad y también una buena suma de dinero a manera de jubilación.
Más tarde en la historia, aunque conservaban la forma de dos ramas del apreciado árbol, las coronas pasaron a estar confeccionadas de metales preciosos y con esto se introduce el valor material a los premios.
Sin embargo, los trofeos siguen teniendo un significado puramente simbólico, aunque en épocas de crisis algunos desesperados hayan tenido que vender los suyos para poder sobrevivir.
Según el diccionario de la Real Academia de la Lengua (Drae) la palabra trofeo tiene un origen griego. Así denominaban al monumento levantado con los despojos de los vencidos, en el mismo sitio en que habían comenzado a perder la batalla.
Desde hace bastante tiempo es costumbre que los trofeos de muchos torneos tengan forma de copa, incluso a las propias competencias suele llamárseles copas. El origen de esta costumbre puede relacionarse con la idea del brindis; al ganador se le ofrece un cáliz para que brinde por su victoria.
Pero sucede que también puede tener relación con los saqueos de guerra, pues antiguamente las vajillas hechas de metales nobles formaban parte fundamental en los botines de los vencedores, así que no resulta extraño, que los reyes usaran una copa de oro o plata para premiar a aquel que se destacara en algún evento.
En cuanto a las medallas que se otorgan en competencias deportivas, comenzaron a entregarse en los Juegos Olímpicos de la era moderna, celebrados en Atenas en 1896. Los vencedores tenían derecho a la medalla de plata y los demás a la de bronce, y la de oro fue introducida en los de 1904, en San Louis, con la distribución que conocemos hoy.
La vida ha evolucionado y los trofeos en forma de copas cambian de diseño y tamaño ajustándose al certamen en cuestión. Ya no tienen la función original de esa vasija, de ser portadora del licor para el brindis por la victoria, sino la más honrosa función de ser exhibida en una vitrina para recuerdo de la hazaña, y tampoco suelen ser de oro macizo. Así mismo cambian los tamaños y diseños de las medallas y otros trofeos, hasta llegar a convertirse en todo un arte su elaboración.
El deporte amateur, nacido en la antigua Grecia, continúa siendo un vehículo para forjar la amistad entre personas y naciones, promover una vida activa y saludable y servir de solaz a los aficionados, por lo que un trofeo, aunque de oro solo tenga un fino recubrimiento, es más valioso, desde el punto de vista humano, que todo un tesoro.