Hace 62 años Fidel lo proclamó: ¡Socialismo!
El Gobierno Revolucionario de Cuba, junto a su pueblo, ya se encontraba sobre las armas desde principios del mes de abril de 1961, incluso desde mucho antes, y no dejaba de vigilar un segundo dónde se produciría el golpe agresivo ya inminente. Los batallones de milicias que regresaban de la limpia del Escambray se mantenían en alerta, así como las unidades de combate del Ejército Rebelde y la Policía Nacional Revolucionaria.
Sobre las seis de la mañana del 15 de abril ocurría el preludio de la invasión, cuando aviones camuflados con las insignias de la Fuerza Aérea Revolucionaria bombardearon los aeropuertos de Ciudad Libertad, San Antonio de los Baños y Santiago de Cuba, para tratar de destruir en tierra los escasos y maltrechos aviones cubanos de combate.
Todo había sido planeado, organizado y financiado a la distancia de 90 millas de Cuba. Los ataques se produjeron a la misma hora en tres puntos diversos y distantes. Para ello utilizaron bombas y ametrallamientos continuados.
Las leyes de profundo alcance social promulgadas por el gobierno revolucionario, como por ejemplo la Reforma Agraria, fueron el detonante para que Estados Unidos iniciara una agresión a gran escala.
En ese contexto, se habían incrementado las acciones contrarrevolucionarias en el país como las quemas de cañaverales; ataques piratas; infiltraciones de terroristas, armas y explosivos; intentos de atentados, alzamientos y desembarcos de bandidos.
La artillería antiaérea ripostó con bravura la sorpresiva incursión. Aparatos de las Fuerzas Armadas Revolucionarias (FAR) despegaron en persecución del enemigo imperialista. La patraña diversionista de la Agencia Central de Inteligencia de los Estados Unidos (CIA) fue puesta al desnudo y ridiculizada en Naciones Unidas, a través de la enérgica intervención de Raúl Roa García, Canciller de la Dignidad.
Y una vez más se derramó sangre cubana, como la de aquel valiente joven miliciano, Eduardo García Delgado, quien antes de morir escribió con ella el nombre de Fidel.
Comenzaba así otro heroico y decisivo episodio de la defensa de la Revolución cubana, que tuvo su epílogo en la vergonzosa derrota propinada al ejército mercenario hace 62 años.
Una marea inabarcable de pueblo acompañó el día 16 de abril a los caídos hasta la entrada al Cementerio de Colón, en el Vedado capitalino, fecha que los cubanos recuerdan muy bien porque allí, en esas horas de dolor que marcan siglos de historia, la voz del Jefe de la Revolución se alzó desde lo más alto de una ola en marcha, para expresar: «…compañeros obreros y campesinos, esta es la revolución socialista y democrática de los humildes, con los humildes y para los humildes. Y por esta revolución de los humildes, por los humildes y para los humildes estamos dispuestos a dar la vida«.
Esas expresiones fueron aprobadas unánimemente por los presentes y en simbolismo patriótico, levantaron sus fusiles como signo de reafirmación revolucionaria, acción que dejó instituido el Día del Miliciano, como homenaje a los hombres y mujeres que combatieron directamente a los mercenarios o estuvieron dispuestos a hacerlo a todo lo largo del país. Se decidió que esa fecha fuera designada también como fundación del Partido Comunista de Cuba.
Años más tarde, el General de Ejército Raúl Castro Ruz al referirse a la histórica efeméride expresó: “No vino al mundo nuestro Socialismo en pañales de seda, sino en el rudo algodón de los uniformes de las milicias obreras, campesinas y estudiantiles; de los combatientes del Ejército Rebelde y la Policía Nacional Revolucionaria… Esa entrega y sacrificio, esa disposición de dar la vida para preservar lo más preciado que tiene todo ser humano, la libertad, convirtieron al 16 de abril en el Día del Miliciano, fecha para honrar a los caídos, pero también para ratificar el compromiso de los cubanos con la soberanía nacional, la Revolución y el Socialismo”.
Y por la inédita ruta de la construcción del Socialismo ha andado Cuba durante más de seis décadas. En ese batallar de constantes páginas de sacrificio y entrega, de difíciles coyunturas, se ha preservado, por sobre todas las cosas, la soberanía nacional.