Humberto Solás y su obra cinematográfica trascendente

De sus experiencias de niño y de joven en La Habana Vieja de antes de 1959, y de aquellas otras, tan vitales, de su participación en la insurrección en las calles capitalinas cubanas, Humberto Solás (1941-2008) escribió cuentos que guardó en gavetas y que quizás en algún momento devinieron en fuente de imágenes cinematográficas.
Y fue así que soñó con un filme de tema contemporáneo referido a reflexiones del pasado y quiso experimentar profundamente con el lenguaje cinematográfico, para poder plantearse el cine como él creía que podía ser y quería que fuera, logrando interesar al público.
Muchos años después, como un adorador de la cultura, había entrado al Museo del Louvre, en París, buscando la famosa Gioconda de Leonardo da Vinci. Pero allí encontró el reconocido cuadro La Batalla de San Román, del también italiano Paolo Uccello, donde observó una síntesis de espectáculo teatral y de la plástica que lo conmovió e identificó con la interacción de todas las artes en el cine y el poder de recoger en síntesis la historia.
De aquella impresión surgieron obras cinematográficas de agitación política, portadoras de valores que tuvieron continuidad en el campo más diverso del cine, en el que confluyeron la plástica, el teatro popular, el folclor, la música… todo desde el punto de vista estético.
Sus dos primeras cartas de triunfo en la gran pantalla fueron Manuela (1966) y Lucía (1968).
Siempre se resistió a la idea de que más bien hacía películas sobre mujeres, pues en verdad había hecho sus filmes para mostrar la realidad de la sociedad cubana, en la que la mujer desde el triunfo revolucionario jugaba un papel esencial.
El también Premio Nacional de Cine 2005, realizador de más de 20 obras entre películas de ficción y documentales, gesticulaba mucho al hablar, incluso hacía los “encuadres” con sus manos. Le apasionaba la arquitectura, sobre todo la que atesora la parte más antigua de La Habana, hasta llegar a preferir la realización de dibujos en esos entornos urbanos.
Y en el empeño de ver representadas todas las artes en el cine, Solás se adentró en el mundo de la documentalística en colores, como resultado de lo cual surgieron propuestas muy valiosas como el homenaje fílmico realizado por él a la figura del conocido pintor cubano Wilfredo Lam. En su continuo batallar de integración, le pidió a Leo Brouwer que escribiera una música para danza, cuyos movimientos partían de la visualización de la pintura de Lam.
A todas luces, supo combinar su trabajo con los permanentes estudios de los contenidos propios de la carrera de Historia, que mucho aportaron a su obra cinematográfica. Indudablemente, siempre el cine fue su pasión y sus inquietudes en él se generaban constantemente, porque nació como realizador casi a la par del surgimiento del Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográfica (ICAIC).
El más duradero aporte de Humberto Solás al cine cubano es el ejemplo apasionante de su integridad profesional. Con toda frescura, supo enlazar su visión de nuestra historia con sus inclaudicables exigencias estéticas. De su personalidad y de su obra reconoció en una ocasión: «Soy un hombre de la Revolución, pero sin hacer guiños, sin complacencia, crítico con la sociedad y con la historia de mi país, consecuente con mis principios”.
Desde sus inicios, cuando solo daba sus primeros pasos tecleando un trabajo para la revista Cine Cubano, su camino no fue fácil, y por mérito propio, con constancia y sabiduría, con sus objetivos bien planteados, fue escalando en un espacio donde pocos brillan y son luz permanente, convirtiéndose en una figura muy importante de la cinematografía latinoamericana, reconocida en todo el mundo.