Imperecedero, Chucho Valdés

Imperecedero, Chucho Valdés
Foto: Carlos Díaz / El Mundo

Tras el canto jovial y renovador de Irakere, la música popular bailable en Cuba tuvo un referente coyuntural e indispensable. El artífice de aquel salto renovador, Chucho Valdés, nacido en una familia de músicos y con la impronta de su padre, Bebo Valdés, nunca fue ajeno a buen saber de las coplas nacidas al verso de integrar la música cubana desde una formación clásica establecida y perpetuada en la creación y renovación de sentidos.

Esa acción, confirmada por los reconocimientos, premios y nominaciones durante su carrera, reafirman la vitalidad de un compositor incasable, acompasado al calor del ambiente musical del mayor archipiélago de las Antillas y contrastado en numerosos espacios alrededor del mundo, con múltiples colaboraciones con a famados artistas y agrupaciones.

“El arte no tiene edad a diferencia del deporte. El arte madura como el vino y el artista, mientras más viejo, más sabio”, comentó en una entrevista. Ante dicha máxima Valdés exhibe un prontuario sólido, confirmado no solo por su extensión y variedad, sino también por la maestría para obrar respetando las raíces de las cuales se nutre y producir un conjunto nuevo que brilla con luz propia.

En palabras del musicólogo Leonardo Acosta, Chucho Valdés ha seguido la línea que comenzó con obras como Misa Negra, Tierra en trance y Cantata a Babalú Ayé, las cuales logra insertar junto a elementos tradicionales en una nueva síntesis musical: “(…) Se trata de piezas de compleja estructura y que narran distintas historias, que acaso pudiéramos resumir en una historia única: la de todas las corrientes musicales que confluyen en el nuevo jazz afrocubano”.

Dicha mixtura, sin embargo, no es lineal ni predecible. La cultura musical de la cual Valdés hace gala no resulta en una exposición saturada de autores clásicos por el hecho de mostrarlos, sino en un recorrido guiado, con notas incidentales y comentarios oportunos, que exponen nuevas facetas de ese universo intrínseco de identidades y reconocen la pertenencia al gran colectivo humano, desde el vínculo asertivo con la riqueza de su diversidad.

“En el ánimo de reinventarse, cuando Chucho se lo propone, él se aparta de los clichés que han inundado el mundo del jazz latino o afrocubano, como otros prefieren decir (…) Como una rara avis, Valdés tiene la capacidad de saber desviarse de su quehacer dentro de la estructura del grupo, de trío, de cuarteto o de quinteto e incluso del lenguaje propiamente jazzístico, para incursionar en un discurso a piano solo, donde el objetivo es decir cosas diferentes a las que el público espera de un instrumentista como él”, afirma el periodista y crítico Joaquín Borges Triana.

Y como los elogios sinceros no difuminan el carácter de quien es objeto de ellos, no sobran aquellos dedicados a ése grande de la música cubana y universal, vencedor del tiempo: a ese ser creativo e imperecedero llamado Chucho Valdés.

Lázaro Hernández Rey