José White visto por Martí

El excelso recorrido de José Silvestre de los Dolores White Laffite por el mundo de la música dejó para la posteridad una obra remarcable en la cual se aprecia el acervo cultural de su tierra de origen. Esa trayectoria vital también nos legó las impresiones de sus contemporáneos y las valoraciones del trabajo que desarrolló, su técnica y la maestría del cubano para interpretar las obras clásicas más difíciles.
Entre las crónicas publicadas sobre él están las de José Martí, quien dejó plasmadas sus impresiones en tres ensayos publicados en La Revista Universal de México los días 25 de mayo, 1 y 12 de junio de 1875, además de mencionarlo en otros dos trabajos fechados el 21 de mayo y el 4 de junio de ese año.
Referido al primero de estos trabajos, Martí destaca cómo la música alcanza una proyección etérea, sublime a lo terrenal en lo que define como el estado del hombre escapado de sí mismo: “(…) es el ansia de lo límite surgida de lo limitado y de lo estrecho: es la armonía necesaria, anuncio de la armonía constante y venidera”.
Tras referencias al impulso que este arte provoca en el espíritu humano (nacidas a buena cuenta de la interpretación de White), el periodista en Martí se rinde a su entereza y a un talento inigualable, atípico y especial, que difícilmente quepa en el formato específico de la crónica:
“Oh! Crónica: no cabe crítica de los poetas, ni crónica de lo que conmueve nuestro ser.
“White no toca, -subyuga: las notas resbalan en sus cuerdas, se quejan, se deslizan, lloran: suenan una tras otra como sonarían perlas cayendo.
“Ora es un suspiro prolongado que convida a cerrar los ojos para oír, -ora es un gemido fiero que despierta el oído aletargado: en el ‘Carnaval de Venecia’, las notas ya no gimen ni resbalan, -salpican, saltan, brotan: allí encadenan voluntad y admiración.
“No hay un ruido bronco: no hay una nota aguda ni desapacible: allí están armónicamente entendidos, atrevidamente opuestos todos los secretos del sonido; todo lo débil de lo tenue, y todo lo solemne de lo enérgico; murmurios de notas suaves, que arrancan bravos unánimes al auditorio suspenso y dominado”.
En dicho compendio Martí retoma el sentido atemporal, etéreo con que elogiaba la música al inicio de su intervención y con él valora cómo el tiempo con White adquiere horas inolvidables y breves en los cuales se encuentra a sí misma el alma. Dicha reconexión, ensimismada en una epifanía en la cual los sentidos disputan un gozo por momentos olvidado, le sirven para colocar en su justo lugar a los elogios, distanciados de las alabanzas vacías y los méritos circunstanciales. De tal suerte, señala el Apóstol:
“Cuanto quepa de alabanza, White lo merece. Cuanto de arte quepa, White lo tiene. Cuanto de ardiente inspiración viva en un hombre, vive en aquellas cuerdas cautivadoras y suaves, ya enérgicas como la ira, ya tenues como la música de amor. Suspiros agitados: ¡cuántas veces son esto las notas dulcísimas de White!”
El tiempo de la función aparece descrito como horas de regocijo y entusiasmo y Martí renueva su agradecimiento para con el compositor, con quien se identifica y enorgullece. Este artista perfecto y eminente, en sus palabras:
“(…) tiene en su genio toda la poesía de aquella tierra perpetuamente enamorada, todo el fuego de aquel sol vivísimo, toda la ternura de aquellos espíritus partidos, cariñosamente vueltos a buscar entre las palmas a los que les fueron en la tierra espíritus amados.
“Yo honro en él a la vigorosa inspiración, y la ternura y la riqueza de mi tierra queridísima cubana. Él debe el genio al alma, y el alma al fuego que la incendió y la calentó”.
En la crónica del primero de junio, Martí, recordando el segundo concierto de White afirmó que al oír la música: “(…) toda pena se olvida, todo dolor se alivia, todo amor se sueña, se vive al fin algún instante en el espacio ilimitado en todas las amarguras presentido, deseado cuando nuestro corazón se sacia de deseos y de impurezas, esperado cuando en el término venturoso del deber del vivir, se posa sobre nuestros ojos la última hora piadosa sin que los ojos hayan visto cuanto soñaron, ni la mano habido cuanto quiso, ni la memoria haya tenido razón para olvidar sus inconformidades nobles con la vida”.
La estampa, resumida en el lienzo del hombre luchando con las dificultades del arte, nos entrega un cuadro vivo donde la música interpretada por White hizo crecer a quienes lo escucharon.