Julio Girona y la expresión de la vida

Julio Girona está en la cúspide de pintores cubanos. Junto a otros nombres que ensalzan la vitalidad y el prestigio de la pintura en el mayor archipiélago de las Antillas, Girona desarrolló una obra especial, afianzada en el desarrollo de su existencia y su desarrollo personal. Desde la escultura, la pintura, la caricatura y la escritura, Julio conformó un vínculo entre las artes visuales y la literatura. En ese conjunto, los matices del expresionismo se entrelazaron con su amor por la figura, su humor y sus intereses por el comentario sociopolítico.
“Girona fue un hombre de la cultura de los pies a la cabeza, poeta, narrador, pintor, caricaturista, soldado antifascista, hombre de izquierda, revolucionario, buen amigo, excelente conversador y cosmopolita, todo a un tiempo”, recuerda el investigador y profesor universitario Dr. Rafael Acosta de Arriba.
Desarrolló gran parte de su vida en Estados Unidos, sitio en el cual permaneció tras alistarse al ejército para combatir al fascismo en la Segunda Guerra Mundial. En aquel momento trabajó con el periódico Hoy y la revista Gaceta del Caribe. Tiempo antes había contribuido al Comité Iberoamericano de París para la Defensa de la República Española, y colaboró con los primeros números del boletín Nuestra España, junto a Osmundo Illas y Félix Pita Rodríguez.
Tras la muerte de su esposa Ilse, en 1967, retomó su vínculo con Cuba un año más tarde y mantuvo ese nexo hasta el final de su vida. Producto de ello impartió clases en el Instituto Superior de Arte entre 1978 y 1979 y expone algunos de sus trabajos. De esa etapa son algunos relatos autobiográficos y cuentos, así como las narraciones de sus experiencias durante la Segunda Guerra Mundial.
Girona representa una influencia determinante en el mundo del arte moderno en Cuba. Fue publicado en el Museo Nacional de Bellas Artes en 1986 con una gran muestra, que luego fue retomada tras su fallecimiento en el 2009. La publicación de sus escritos en su tierra natal comenzó con el lanzamiento de Seis horas y más en 1990, año en el cual obtuvo el Premio Nacional de la Crítica. Consiguientemente aparecerían Música barroca (1992), Memorias sin título (1994), La corbata roja (1998), Café frente al mar (2000) y Páginas de mi diario (2005), publicado póstumamente.

Premio Nacional de Artes Plásticas (1998), fue miembro de la Uneac y permaneció activo hasta el final de su existencia. “(…) tuvo esa maravilla de algunos creadores de reverdecer a elevada edad”, expresa el poeta Víctor Casaus.
“De un solo golpe, con la acción incuestionable de su propio quehacer, Girona prueba lo equívoco de esos criterios generacionales que no conciben la posibilidad de lo nuevo y progresivo del arte en personas que ya han arribado a la edad madura. Mirar sus obras es encontrar siempre objetos y anotaciones, huellas de lo cotidiano empinado en ‘arte verdadero’, texturas de paredes y tiempo, y perspectivas de los espacios transitados por aquí y por allá, que se nos revelan como materia prima de las operaciones poéticas inherentes a su expresión. En el caso de este artista, es obvio que su obra se inclina hacia un control que admite simultáneamente la relación sorpresiva existente entre el trazo de la línea y el uso del color. De ahí que su obra participe dentro de una corriente definida como una poética de la indeterminación”, comentó el periodista y crítico de arte Toni Piñera.
En sus trabajos perviven las influencias del modernismo europeo configurados en los estilos expresionistas y abstractos que desarrolló de forma paralela a una labor investigativa de la expresión artística con el propósito de reflejar el mundo circundante. Como atestigua el investigador Orlando Hernández: “La obra de Julio Girona es un enorme ‘iceberg’, vemos erguirse, imponente sólo aquello que el artista ha dejado asomar. Colores, líneas, formas, signos. A veces es bien poco. Acaso rostros, cuerpos. Apenas nada. Y sin embargo, todo está allí. Un cuadro suyo es siempre ese mínimo octavo prodigioso. No queda nada sino tirarse de cabeza y abrir los ojos bajo el agua”.
Esa riqueza, como apunta Toni Piñera, nos sitúa en un terreno privilegiado para la exploración, en el cual la pintura tiene un vínculo inherente con la poesía para descubrir nuevos espacios. “La poesía define, en última instancia, una obra que comienza siendo concebida no con palabras sino con grafismo, manchas, juegos de colores y con técnicas que han hecho a Girona un maestro. Es con esa apertura que su trabajo inicia su camino, lanzándonos el reto de interpretarla con el juego de nuestra imaginación”.