La primera vida de Hugo Chávez

La primera vida de Hugo Chávez
Durante la presentación en Cuba del Libro Hugo Chávez Mi primera vida, de Ignacio Ramonet para conmemorar los 60 años de su natalicio. Foto: Ismael Francisco/Cubadebate.

Apremiado por las circunstancias del encuentro, la cita no dejaba ver un intercambio asiduo, ni diáfano. Sin embargo, las primeras horas del encuentro ofrecen una versión que ha pasado a la historia como testimonio y confirmación de una vida intensa, como intensa fue la existencia de su protagonista, quien nació un día como hoy.

Mi primera vida, del periodista Ignacio Ramonet, ofrece los intercambios sostenidos por Hugo Chávez con el intelectual español. El texto ofrece un acercamiento a la formación del líder venezolano, la experiencia en la academia militar y los acontecimientos previos y posteriores a la rebelión del 4 de febrero de 1992.

Foto: Escambray

En el libro, una vez más, se pueden ver las circunstancias y los detalles por encima de estigmas consabidos. Es un flujo natural donde Chávez constituye el nacimiento y causa de anécdotas, hechos y vivencias, pero donde el personalismo, asentado en una tradición regional de egos, deja fluir la visión que aunó uno de los movimientos cívico-militares más significativos en la historia del continente, en particular aquellos vinculados con los inicios formativos de Chávez.

“Como alumno, estudiante y cadete, Chávez fue siempre un ‘empollón’ -un ‘taco’ dicen en Venezuela-, o sea el primero de la clase, el que eximía exámenes de fin de curso por ser excelentes sus notas a lo largo del año. Sobre todo en las materias científicas. Adorado por sus maestros y profesores. Ávido de conocimiento y de saber, curioso de todo. Deseoso siempre de cumplir, de gustar, de agradar, de seducir, de ser amado.

“En su construcción intelectual coincidieron dos formaciones. La académica, en la que fue siempre brillante. Y la autodidacta, su preferida, que le permitió autoeducarse en paralelo, de una manera que explica en parte la singularidad de su temperamento. Niño superdotado, con un cociente intelectual elevado, supo sacar, desde su más temprana edad, un formidable provecho a sus lecturas”, comenta Ramonet.

La mezcla y fusión de los aprendizajes teórico o escolar, el autónomo o autoeducativo y el manual o práctico, como los define Ignacio, son claves y decisivos para entender su personalidad, pero no agotan las fuentes de las cuales se nutrió el por entonces joven venezolano.

“Primero, su increíble soltura en lo relacional y lo comunicacional. Su habilidad a controlar y manipular su propia imagen. Su admirable facilidad de palabra adquirida sin duda desde sus años de “arañero”, niño vendedor callejero, charlando y regateando con eventuales clientes a la salida del cine, de las tiendas, del juego de bolas o de la gallera. Era un comunicador excepcional, fogueado y entrenado desde sus actividades de estudiante de secundaria y, ya cadete, de animador de fiestas y de gran maestro de ceremonias de la Academia Militar”, apunta Ignacio.

A ello añade su carácter competidor, su afición lúdica por las expresiones de la cultura popular, su sincera fe (religiosidad) popular, su liderazgo militar, su habilidad a ser subestimado, su solidaridad con los pobres y su dedicación y diligencia: “Era un infatigable trabajador, voluntarioso y tenaz. Noctámbulo e insomne. Desconocía el reposo de los fines de semana, de domingos o vacaciones. Bregaba todos los días sin excepción hasta altas horas de la noche. Dormía apenas unas cuatro horas al día; se levantaba a las seis de la mañana”.

En el texto también hay reflexiones sobre los factores que subyacen tras la búsqueda de la unidad de los pueblos de América Latina y el Caribe, así como en el ejercicio de una diplomacia dirigida a reconocer la dignidad y lograr la unidad en el diálogo, la conversación y el acercamiento de los pueblos.

No faltan tampoco aquellas reflexiones y anécdotas sobre su primera vida, en la cual se relatan acontecimientos de la niñez y adolescencia en un conjunto tipificado por las vivencias de esa realidad. Sin ellos no es posible entender o explicar el porqué de los matices en el dirigente venezolano, ni tampoco la profundidad o tipicidades de sus múltiples aristas.

“(…) Dotado de excepcional talento, y lector insaciable, puedo dar testimonio de su capacidad para desarrollar y profundizar las ideas revolucionarias (…)”, afirmó en una ocasión Fidel Castro. Quienes revisiten las páginas de ese libro también podrán atestiguarlo.

Lázaro Hernández Rey