Luis Carbonell y la vitalidad de la poesía

Luis Carbonell y la vitalidad de la poesía
Foto: Cubaescena.

¿Qué es un estereotipo en su esencia? Una reducción. La complejidad aclimatada en la presencia de la lógica personal y colectiva para afirmar el sentido común como el menos común de los sentidos.

Ante tal escenario resulta inútil reducir a ciertos aspectos la vida y obra de Luis Carbonell. El acuarelista de la poesía antillana despuntó por su multiplicidad de roles y cometidos, merecedores de respeto y admiración a contrapelo de vicisitudes y retos, y con la experiencia depositada por el tiempo en un ser humilde y maravilloso como él.

“Dejó una discografía que permite el disfrute y apreciación de su voz. Viajó… y sin darse cuenta no solo se convirtió en un artista internacional sino en uno de los artistas que en vida vivió -a su pesar, por tratarse de persona muy sencilla- su leyenda”, afirmó el investigador y ensayista Leonardo Depestre.

Quienes hayan escuchado sus interpretaciones pueden apreciar el verbo dúctil y preciso del maestro Carbonell. Tras sus palabras los poemas cobraban un significado ulterior y las canciones tenían un añadido especial. Afirmado en la poesía antillana, fue evolucionando en un repertorio de referencia establecido en el mundo inmediato de sus interpretaciones, alejado de las reducciones juiciosas y de los preludios limitantes del conformismo.

Para Reynaldo González, escritor, ensayista y Premio Nacional de Literatura, los ambiciosos proyectos de Carbonell trascendieron la reiteración autocomplaciente y narcótica de los medios, se negó a sólo ser un símbolo de una sensibilidad superada y de una etapa dejada atrás por la realidad, y no se resignó a ser la desfasada vedette con retoques, entre elogios condescendientes e inevitables bostezos:

“Ante la presencia de Luis Carbonell en la escena, el disco, la televisión, Luis Carbonell se rebeló contra la astracanada y la papilla predigerida, de lo sublime a lo ridículo. No acudió a la tendencia casi masoquista de sobrevalorar el pasado, su llegada a la escena siempre ha sido presente. Su autenticidad se ha basado en la inconformidad del verdadero artista. Por eso no pertenece a la nostalgia”.

Sus recreaciones no solo añaden valor a las obras interpretadas: “Ferviente admirador de la poesía y, en especial, de la de Nicolás Guillén, poco a poco Carbonell fue descubriendo a otras figuras relevantes como los cubanos Emilio Ballagas, José Zacarías Tallet, Félix B. Caignet, el chileno Pablo Neruda, los venezolanos Manuel Rodríguez Cárdenas y Aquiles Nazoa, el puertorriqueño Luis Palés Matos, los españoles Federico García Lorca y Alfonso Camín… haciendo de la obra de cada uno de ellos una creación irrepetible”, afirma Depestre.

Ante la impertérrita mirada del tiempo el recuerdo de Luis Mariano Carbonell merece algo más que un sentido homenaje, palabras de elogio o un tributo formal. Por ello, tal vez es necesario recordar con más frecuencia el paso por el mundo y por esta tierra de quien nos enseñó, con maestría y elegancia, la vitalidad de la poesía, allende el tiempo y nuestra realidad.

Lázaro Hernández Rey