María de los Ángeles Santana y el compendio natural de las virtudes
María de los Ángeles Santana nació el 2 de agosto de 1914. Hace trece años se despidió del mundo y de Cuba que la vio formarse y crecer. Tenaz, humilde, solidaria, empática, llena de vida, fulgurante de pasión y amor, María tuvo una carrera extensa, sostenida a pulso de entrega y dedicación, incluso cuando las condiciones a priori no se lo permitían, como cuando decidió actuar a pesar de haber sufrido una ruptura de cadera.
“Desde 1948 ya era designada como la Reina Nacional de la Radio, coronada nada menos que por Elizabeth del Río. Es precisamente por ese motivo que la diva fue escogida como el primer rostro de la prometedora Televisión Cubana”, apunta Rafael Lam.
Merecedora de los premios nacionales de teatro, humor y televisión, el cáliz creativo de María de los Ángeles Santana fue inmenso, como de grande fueron sus trabajos y la impronta que dejó en los escenarios, donde compartió su talento.
Como Remigia fue una de las figuras que más hizo reír al público cubano en las emisiones televisivas de San Nicolás del Peladero, en el cual laboró de forma ininterrumpida durante 24 años. Muestra de esa entrega es la estampa que sobre ella esgrimiera Mariana Ramírez Corría en el libro Yo seré la tentación, del investigador Ramón Fajardo Estrada:
“Pues a ratos cocinera, a ratos esposa, a ratos costurera, a ratos escribiendo y traduciendo, siempre actriz, y con poquísimo tiempo para esa hojarasca necesaria en la vida: no hacer nada, cerrar los ojos, soñar. Asimismo, a veces deambulaba por la casa como Blanche Dubois, uno de los personajes que más la agarró, otras, estudiaba y releía los libretos de Garriga, pasaba letra mientras inventaba una sopa “sorpresa” o un arroz con “truco”. A la hora de salir a ensayar guardaba en un saquito privado todos los problemas y llegaba al estudio con su inmenso profesionalismo, cargado de experiencia, para dar siempre lo mejor de sí y el apoyo que los demás le pedían o no.
“Haría falta más de un libro para hablar de Mami María. Haría falta juntar miles de rosas, que ella ama tanto, para agradecerle su paso por la vida. Haría falta un Balzac o un Dickens para ahondar en su realidad y las épocas en que vivió”.
Fundadora de la televisión cubana, participó en numerosos espectáculos durante su vida. Garante del reconocimiento de Ernesto Lecuona y de las presentaciones en el Teatro Nacional, también se granjeó la administración de otras figuras. A decir de Lam, Eliseo Grenet y Adolfo Guzmán la consideraban “verdadera reina” y el especialista Mario Cabré llegó a valorarla con estas palabras: “Cuba podrá tener muchas obras de arte, pero ninguna como María de los Ángeles Santana”.
En las tablas interpretó varias piezas. Aun es memorable su papel como Amparo en la obra Una casa colonial, de Nicolás Dorr, así como su participación en Un sorbo de miel, Algo no dicho, La verbena de la paloma y Tía Meim.
“La dulce María vivió una década más. Lo tuvo todo, y no presumió de nada. Tocó las estrellas y nunca miró desde arriba (…) Sin demeritar a otras grandes, ella fue mi vedette distinguida, porque no importan las osadías ni los aplausos cuando se obra sin presunción ni insano encanto. Solo trascienden los seres humanos que pueden tocar la más popular hazaña sin humos ni fanfarrias”, confiesa el periodista Alain Amador Pardo.
Una sonrisa impertérrita y una bondad infinita asientan a María de los Ángeles Santana como una de las actrices más queridas en Cuba. Su talento, carisma y versatilidad nos revelan a una mujer que, desde la sencillez y laboriosidad, fue cercana al público por la extensión de sus virtudes.