Más vivo que nunca: ¡Hasta la victoria siempre!

Más vivo que nunca: ¡Hasta la victoria siempre!
La elocuencia de su risa franca

A Ernesto Che Guevara lo descubrimos cada mañana en cada rincón de Cuba, donde anduvo junto a los obreros, confundido entre la gente, en cada plaza, en el recuerdo y cariño entrañable de millones, más allá de las consignas e imágenes que se encuentran a cada paso.

Preferimos saberlo presente en la diáfana grandeza de sus actos e imperfecciones, en la reflexión con los trabajadores, en un taller o en pleno cañaveral, en la polémica aguda, en su intransigencia, en la elocuencia de su risa franca, en las horas que no estuvo en casa con los suyos, en el sacrificio como natural virtud, en el desaliño de su ropa tras agotadores combates o jornadas, en el ejercicio permanente de la incuestionable autoridad de su ejemplo.

Che predicaba con su ejemplo. Foto: Adelante
Che predicaba con su ejemplo

A la medida de la lealtad estuvo hecho el uniforme verde olivo que vistió siempre desde la Sierra Maestra. No usaba portafolios ni dogmas como documento oficial. En él sí había mucha sabiduría natural, intuición más bien, en medio del trabajo incansable y la práctica revolucionaria creadora, convencido cada vez más en la verdad del socialismo.

Es el mismo Che que sigue en el lado más izquierdo del corazón, con calado profundo y en el actuar de los que aquí, y en el resto del mundo por suerte, lo sienten vivo, y no hay mejor forma que esa para el homenaje, porque todavía sorprende por su intacta y creciente dimensión, en medio de estos tiempos marcados por el fuego innoble de tantos emblemas rotos, escepticismos y despiadado comercio de conciencias y almas.

Su figura siempre ha identificado a los revolucionarios, a los que no abandonan las filas, a los que no se desmovilizan. Ni la propaganda imperialista, ni los falsos intelectuales a sueldo, ni los desertores han conseguido nunca desvirtuarlo como paradigma, que crece cada día.

El Che todos los días permanece poniendo en juego su piel y su vida toda, en la de todos los que luchan en cualquier lugar por ese mundo mejor que urge, desde su inmensidad a toda prueba, desde que puso sus conocimientos de Medicina al servicio de los más pobres y enfermos de la Amazonía y se estremeció ante la explotación de los mineros y la miseria centenaria, al pie de las montañas donde reinaron los incas.

El Che, parte inseparable del pueblo

Este hombre, todavía muy joven, quiso erradicar  las pandemias del hambre y la opresión, mitigar las llagas de la incultura y elevar al hombre a su justa dimensión, a la par que luchaba contra los virus de la burocracia y el oportunismo. Su vacuna fue sencilla: el ejemplo propio.

Pocos hombres han legado a la posteridad un patrimonio más puro, una herencia tan hermosa y profunda. Pocos como él supieron demostrar, con la actitud y la acción revolucionarias, que «el corazón humano es lo suficientemente vasto para que en él se encierre el mundo entero», pero que ese legítimo y poderoso amor a la humanidad hay que transformarlo cada día,  para que sea válido, en hechos concretos de lucha, de creación, de trabajo y sacrificio.

El Che marcha a la cabeza de la gran columna de revolucionarios y progresistas del mundo con aquella consigna suya que ha recorrido el orbe y hoy adquiere dimensiones extraordinarias: ¡Hasta la victoria siempre!

Ana Rosa Perdomo Sangermés