Miguel Matamoros y el ingenio de la tradición

Miguel Matamoros y el ingenio de la tradición
Foto: Granma.

El son cubano tiene en Miguel Matamoros un representante arquetípico por excelencia. Tradición e identidad alternaron el protagonismo en las creaciones de quien, en la celebración de su cumpleaños 31, el 8 de mayo de 1925 asentaría al Trío Matamoros como una de las señas más distinguidas de la agrupación de son más popular y destacada de la música cubana.

La revelación, hecha en su casa cuando se encontró con Rafael Cueto y con Siro Rodríguez, dio el toque de arranque a un conjunto que tuvo como epicentro a Miguel, e inmortalizaría, entre otras composiciones a Lágrimas Negras, El que siembra maíz, El son de la loma, El paralítico, La mujer de Antonio, Mariposita de primavera, La santiaguera, El trío y el ciclón o Regálame el ticket.

“Cada canción de esas tiene una inspiración diferente, pero todas son vivencias personales, crónicas de la cotidianidad, recreaciones artísticas hechas canciones por la creatividad de Miguel Matamoros”, confirma el investigador dominicano Dagoberto Ortiz.

Precisamente en tierras dominicanas compuso Lágrimas Negras, el bolero más popular del trío de músicos cubanos. En palabras del propio Miguel: “Yo no lo compuse por un asunto mío, no señor, sino por una vecina que siempre llegaba a la casa lamentándose de que el marido, sin razón, la había abandonado”.

Esa forma de escribir estuvo circunscrita al resto de sus creaciones. Las ficciones más enrevesadas quedan desnudas ante el ropaje determinado de la realidad, y con ella Miguel dialogó con soltura y desenfado en una representación fijada para todos los tiempos.

De acuerdo con el musicólogo José Reyes Fortún, en el espectro musical cubano, Matamoros figura como un caso muy especial al no limitarse a aceptar los aportes del son a otros géneros, variantes y estilos desarrollados, sino que también, incorporó otras valiosas fuentes de la música cubana, entre ellas la rumba de solar, la música del teatro vernáculo, el baile salonesco y la conga callejera.

Los estudiosos del son encuentran en su figura un referente indispensable para tratar la historia y el desarrollo de ese género. Entre sus aportes, más allá de los reconocidos en la historiografía, está la concepción de un reducido formato vocal-instrumental, afirmado en la rítmica del son oriental y con un acento trovadoresco, los cuales engalanaron las interpretaciones del trío y le valió el reconocimiento internacional.

“Con Miguel Matamoros la ‘trova sonera’ configura una sensible intuición musical, punteada por una exactitud de acercamientos estilísticos y capacidad interpretativa, capaz de conmover, no tan solo el escenario musical nacional, sino también, principales plazas artísticas foráneas en todos los tiempos”, añade Fortún.

Él acompasó la vida bohemia con una entrega absoluta en los escenarios. De su obra se registran centenares de temas, algo inusual para la época. Más allá de la cifra y a la vista de su desempeño, resulta más acertado tomar el pulso a las historias tras las canciones y su consiguiente repercusión.

Volviendo a Fortún:

“Como algo muy personal, se reconoce en su impulso artístico la propuesta de una meta no siempre alcanzada por muchos de sus contemporáneos: la frescura.

“Ni el paso del tiempo ha empañado en su obra la alegría de vivir de manera sana y optimista, factor este que ha contribuido de manera notable a la trascendencia de sus composiciones.

“La figura de Miguel Matamoros no solo reúne en sí una estrecha armonía artística y recio temperamento imbuido por lo cubano. En ella, además, convergen alientos tímbricos, melódicos y rítmicos, bebidas en lo más raigal de la música del oriente del país, en especial del son. Por todo esto su obra musical despide donaire y un sello especial en el que gracia, elegancia y tipicidad, facturaron el más puro sabor cubano arropado por un serio carácter lírico-bailable”.

No alcanzan los elogios para apreciar en su justa medida a un intérprete que supo cómo supo retratar una época con señas universales para desafiar la ignominia sacramental del tiempo. Sin embargo, tampoco sobra el justo reconocimiento a una personalidad de su estatura, capaz de alzar la música cubana a nuevas cumbres sin desdeñar la tradición.

Lázaro Hernández Rey