Nicolás Heredia y Mota, polifacético intelectual

Nicolás Heredia y Mota, polifacético intelectual

Aunque nació en Baní, actual República Dominicana, Nicolás Heredia y Mota forma parte de esa congregación de figuras a las que la literatura cubana del siglo XIX debe mucho.

Nació el 20 de junio de 1855, pero desde muy temprana edad se trasladó a Cuba, donde desarrolló prácticamente toda su vida y obra, radicándose principalmente en Matanzas, conocida como La Atenas de Cuba por su efervescencia cultural.

Esta identidad cubana adoptiva marcó profundamente su producción intelectual, que abarcó la novela, el ensayo, la crítica literaria, el periodismo y la oratoria política, convirtiéndose en un polígrafo de notable influencia en su tiempo.

Tras graduarse como licenciado en Derecho y Filosofía y Letras, combinó su pasión por la literatura con la docencia, una actividad que le proporcionó autonomía económica y un vínculo constante con la formación de las nuevas generaciones.

Su trayectoria literaria se inició en el periodismo, fundando dos importantes publicaciones en Matanzas: El Diario de Matanzas en 1881 y El Álbum, seis años después, las cuales reflejaban el ambiente intelectual de la época. Su incursión en la narrativa alcanzó reconocimiento temprano cuando su novela Un hombre de negocios (1882) obtuvo ese año el premio en los Juegos Florales del Liceo de Matanzas. Sin embargo, su obra cumbre fue Leonela (1893), una novela costumbrista que trascendió el mero drama romántico para convertirse en un agudo análisis socioeconómico del oriente cubano previo a la Guerra de los Diez Años.

La novela, estructurada en dos partes, retrata la crisis de la industria azucarera colonial, la usura de los comerciantes urbanos y la miseria generalizada, todo ello enmarcado en un triángulo amoroso entre dos hermanas gemelas y el ingeniero John Valdespina, representante ambiguo del «progreso» estadounidense asociado al ferrocarril. Heredia concluye la obra vinculando el destino de sus personajes al Grito de Yara y el repique de las campanas de La Demajagua, insinuando que la verdadera redención para Cuba no vendría de falsos benefactores extranjeros, sino de su propia lucha independentista.

Críticos como Roberto Friol, situaron esta obra entre las tres mejores novelas cubanas del siglo XIX, junto a Cecilia Valdés, de Cirilo Villaverde, y Mi tío el empleado, de Ramón Meza.

Más allá de la narrativa, Heredia cultivó con rigor el ensayo y la crítica literaria. Su libro Puntos de vista (1892) recopiló artículos y conferencias pronunciadas en el Círculo de la Juventud Liberal y el Liceo de Matanzas, donde analizó con mirada mesurada y alentadora obras de autores cubanos como Julián del Casal y Enrique Piñeyro, así como del naturalista francés Émile Zola.

Aunque no se consideraba un innovador en crítica, su enfoque se caracterizó por la moderación y el afán de destacar los valores de las obras antes que sus defectos, evitando el impresionismo superficial para adentrarse en el contenido argumental y su contexto histórico.

Otras obras ensayísticas notables fueron, La sensibilidad en la poesía castellana (1898), un estudio literario que evidenciaba su dominio de la hispanología, y Homenaje a José Martí (1898), escrito durante su exilio en Nueva York. Su producción crítica, aunque menos sistemática que su narrativa, revela a un intelectual comprometido con el fomento de la cultura nacional.

La vida de Heredia estuvo indisolublemente ligada a la lucha política cubana. Inicialmente afiliado al Partido Liberal Autonomista (PLA), presidió el Círculo de la Juventud Liberal de Matanzas, donde destacó como orador elocuente y metódico. Sin embargo, su pensamiento evolucionó hacia el independentismo, especialmente tras la publicación en el periódico El Fígaro de sus Crónicas de la Guerra de Cubatextos donde narraba y apoyaba la gesta independentista. Las autoridades coloniales españolas suspendieron su circulación por considerarlos subversivos, forzando a Heredia y a su esposa, Malvina Crucet, a exiliarse en Estados Unidos ese mismo año.

En ese país se integró plenamente en los círculos revolucionarios del exilio: colaboró asiduamente en el periódico Patria, fundado por José Martí, quien ya había elogiado públicamente a Heredia en 1892 como «orador que ante todo quiere la dignidad de su pueblo, al escritor correcto y caballero irreprochable». Además, pronunció encendidos discursos para movilizar a la comunidad cubana emigrada, consolidando su reputación como una voz intelectual comprometida con la causa.

Tras la intervención norteamericana y el fin de la guerra, Heredia regresó a Cuba y participó activamente en la reconstrucción nacional bajo la ocupación. Colaboró con el intelectual Enrique José Varona en la reforma educativa, asumiendo el cargo de Director de Instrucción Pública. También ocupó la cátedra de Literaturas Modernas y Extranjeras en la Universidad de La Habana, donde dejó huella como docente. Su labor pedagógica culminó con la antología El lector cubano (1903, 1908, 1917), una compilación de textos en prosa y verso revisada por Varona, destinada a la formación escolar y que reflejaba su compromiso con la cultura nacional. Su prolífica carrera literaria y su intensa vida pública se vieron truncadas el 12 de julio de 1901, cuando falleció a causa de un ataque cardiaco mientras viajaba en un tren desde Nueva York hacia Saratoga. Sus restos fueron repatriados y sepultados en La Habana.

Nicolás Heredia y Mota legó una obra que trasciende la mera creación literaria. Novelista agudo del costumbrismo y la crisis colonial, crítico riguroso y mesurado, periodista fundacional en Matanzas, orador independentista y educador reformista durante la ocupación, encarnó como pocos la figura del intelectual comprometido con su tiempo y su nación adoptiva.

Aunque su nombre no siempre ocupe el primer plano en el canon literario, su labor multifacética en la prensa, la narrativa, el ensayo y la educación lo sitúan como un pilar fundamental de la cultura cubana del siglo XIX.

Gilberto González García