Oraá y la vida de la poesía

Francisco de Oraá cuenta con una obra poética plena, en todo el sentido de la palabra. Tal adjetivo no se traduce en los subtextos de su creación como sinónimos de abarcador y exhaustivo, sino como entereza fija y raigal ante la capacidad de un autor (poeta además) dispuesto a entregar parte de sí para completar la letanía de las páginas en blanco como explícita demostración de su paso por el mundo.
En el transcurso de su existencia no solo brotaron de sus manos poemarios como Desde la última estación, Haz una casa para todos y Mundo mondo o la novela La parte oscura. También fue un ensayista perspicaz, tal cual lo demuestra La espada en el sol. Contribución a una lectura poética de Martí, texto en el que, de acuerdo con Cintio Vitier, se aprecian una de las mejores interpretaciones de los Versos Sencillos del Apóstol.
Refiriéndose a Oraá, Vitier asimismo resaltó la intimidad de su poesía y la intensidad de la misma, en demérito de la extensión. Y es cierto. En Francisco de Oraá las palabras rebosantes de significaciones no existen como ornamento, porque el sentir del autor encuentra una suficiencia de áurea catadura para decir más con menos, cualidad además implícita en quienes cultivan la poesía en su verdadera expresión, pero no por ello menos admirable.
Para el crítico e investigador Virgilio López Lemus, Oraá no debería ya faltar jamás en ninguna rigurosa antología de la poesía cubana. Su obra no es muy divulgada y salvo quienes encuentran y hacen tiempo para rememorar su legado, el transcurrir de este presente adecua una pauta en la cual todavía es necesario recordarlo, no solo ante fechas como la actual, donde celebramos su natalicio, sino también como un reencuentro esperado y próximo a otros momentos significativos.
Sobre Figurantes, su último libro, la investigadora Caridad Atencio expresó:
“Si en su poesía precedente hallábamos como una especie de premonición de la muerte, del gesto absoluto de la muerte, en este cuaderno de apenas cuarenta poemas se la concibe como un deslumbramiento. Ella y lo desconocido encuentran su compás.
Al poeta lo asiste la sensación constante de que la vida se le escapa y que no podrá llegar a donde le pide su intelecto. Por tal motivo se vuelve para bendecir su propio ser, su propio cuerpo, quien permite y ha permitido todo el fluir de eternas realidades. Toda la belleza buscada, anhelada ha estado en ti sin darte cuenta. Todo lo relevante o trascendente ha sido poseído por ti: ese es el secreto que entrega la madurez o la vejez. Y es que entre el cuerpo y el universo no hay frontera, porque es el cuerpo el que permite asistir a semejante milagro. Por eso el cuerpo amanece, anochece, llueve, y es un universo, es palabra, creándose más que mundos concéntricos, totalidades intercambiables”.
Esas son algunas de las ideas que la poesía de Oraá destila en su obra. Una obra con poemas que, al decir de Raúl Hernández Novás: “(…) más que construcciones perfectas, prefieren ser testimonios sinceros de sentimientos originales”.