Pablo de la Torriente Brau: una vida vertiginosa entre la crónica y la trinchera
Nacido en San Juan de Puerto Rico el 12 de diciembre de 1901 y criado desde niño en Cuba, Torriente Brau fue mucho más que un periodista: fue un testigo insurgente, un preso político, un exiliado y, finalmente, un combatiente internacionalista, cuya obra y muerte lo convirtieron en un símbolo de fervor intelectual y compromiso político en una época convulsa.
Su trayectoria no puede desligarse del turbulento contexto cubano de la primera mitad del siglo XX. Desde muy joven, su pluma y su activismo se entrelazaron en la lucha contra la dictadura de Gerardo Machado. En la década de 1920, mientras trabajaba en diversas revistas, su conciencia política maduró rápidamente e integró al Directorio Estudiantil Universitario, organización clave en la oposición a Machado.
Fue detenido en 1931 y confinado en el tristemente célebre Presidio Modelo de Isla de Pinos. Esta experiencia marcó un punto de inflexión. Allí escribió la serie de artículos 105 días preso y luego el libro Presidio Modelo, también conocido como La isla de los 500 asesinatos, un demoledor testimonio que denunciaba las condiciones del penal y que los estudiosos consideran un hito fundacional del periodismo testimonial en Cuba.

Tras su liberación y un exilio en Nueva York, regresó a Cuba para ejercer un periodismo profundamente comprometido. Su serie Realengo 18, publicada en el periódico Ahora, es un ejemplo paradigmático. En ella, denunció la explotación y los abusos contra los campesinos haciendo uso de una prosa vigorosa y un lenguaje directo con una rigurosa investigación social. Para el crítico Jesús Cano Reyes, su narrativa periodística representó un punto de inflexión en tanto forma narrativa.
En 1936, el estallido de la Guerra Civil Española atrajo a intelectuales de todo el mundo. Para él, entonces en un segundo exilio en Nueva York, fue un llamado irrefrenable. En una carta, plasmó su decisión con palabras elocuentes: “Me voy a España, a ser arrastrado por el gran río de la revolución. A ver un pueblo en lucha. A conocer héroes”.
Logró embarcar como corresponsal para la revista neoyorquina New Masses y el mexicano El Machete. Llegó a una España en guerra en septiembre de 1936, con el objetivo declarado no solo de informar, sino de aprender de aquel proceso para la lucha en Cuba.
En un lapso brevísimo, su papel dio un vuelco radical. El testigo se convirtió en parte activa de la historia. En noviembre de 1936, dejó temporalmente la labor de corresponsal para asumir el cargo de comisario político. Como señaló el investigador Jorge Ferrer: “el corresponsal que iba a ‘dar parte’ de la guerra se ha convertido él mismo en parte de la guerra”.
Esta vertiginosa inmersión tuvo un desenlace trágico. El 19 de diciembre de 1936, apenas una semana después de cumplir 35 años, Pablo de la Torriente Brau cayó en combate en Majadahonda, durante la defensa de Madrid. Su muerte prematura, con las armas en la mano, lo elevó inmediatamente a la categoría de mártir y mito. El poeta Miguel Hernández, a quien conoció en el frente, le dedicó una conmovedora elegía: “Pablo de la Torriente, / has quedado en España / y en mi alma caído”.
Su vigencia reside en la potencia de su escritura y la coherencia de su vida. Cano Reyes destaca cómo, a partir de su muerte, se originó “una constelación de crónicas, elegías, poemas y toda suerte de textos diversos” que alimentaron su leyenda. Por su parte, análisis publicados en revistas como Pensamiento Crítico ya en 1968 lo reivindicaban como una figura clave para entender el periodismo militante y la conexión entre las luchas antimperialistas.
Pablo de la Torriente Brau encarnó la convicción de que la palabra es un arma cargada de futuro, pero que a veces el futuro exige empuñar otras armas. Su existencia vertiginosa, suspendida entre la crónica y la trinchera, entre Cuba y España, entre la denuncia y el sacrificio, nos interpela sobre el papel del intelectual en los conflictos de su tiempo. A casi nueve décadas de su muerte, su prosa vibrante y su ejemplo de coherencia extrema siguen ofreciendo, como él mismo anhelaba aprender en España, “lecciones innúmeras”.

