Rocío García y los placeres del cha-no-yu

Rocío García y los placeres del cha-no-yu
Geisha fumadora de Opio/de la serie Geishas/1996/óleo sobre tela/140 x 120 cm. Rocío García. Foto: https://www.artcronica.com/directorio/artistas/rocio-garcia/

La creación inmanente y autóctona de la cultura japonesa es referente de las expresiones artísticas en todos los rincones del mundo, en todos los tiempos. Ese minimalismo simbólico fuertemente cargado de concepciones filosóficas ha mutado de acuerdo a los intereses de quien los usa. Pero, se mantiene como base el racionalismo intelectual a la hora de pensar y concebir una obra matérica, así también la idea y la delicadeza detrás del concepto.

La filosofía de lo efímero, lo austero, oscuro, transitorio y el refinamiento dentro de la estética japonesa es fuente vitalicia a bebedores perspicaces. En este universo bañado de sintoísmo, budismo y reflexiones zen, la vida, el arte y el compuesto religioso se entremezclan sin enfrentamientos o desafueros. Una de las potenciadoras de esta filosofía nipona es la pintora cubana Rocío García de la Nuez (1955), quien, interviene sus obras de acuerdo a ciertos elementos de la estética rectora en el País del sol naciente.

La pintura de Rocío García está basada en el dibujo. Su formato recuerda la estructura de los comics. Esta característica es un sello distintivo de sus obras durante toda su carrera artística. Aun así, las áreas de color se contentan por delimitarse en suma pulcritud. Centellean claroscuros en los tonos apagados de las formas, mientras que, diseños florares son contenidos en objetos inanimados.

Geisha fumadora de Opio es una pintura de la serie Geishas (1996), paladín cultural de impurezas y mixturas entre lo nipón y la realidad cubana. La tetera en primer plano y la suerte de paraban y paño en tercer plano se alternan con los cuerpos en juego visual. La imagen asiática se torna evidente en los componentes de la pieza y el rasgado de los ojos, la frivolidad de los cuerpos descoloridos.

Mientras, la esencia de antillanidad trasmuta en esos mismos cuerpos por la carnosidad tan sensual emergida de la línea. Si la paleta frena el colorido despampanante —de identidad mestizo-caribeña—, lo hace para extender un sentimiento calmo e imperecedero. Se trata de un proceso ritual tan introspectivo como es la ceremonia del té, o cha-no-yu.

Para la cultura japonesa, la mujer tradicional se esconde tras sus ropajes dejando ver solo el rostro, cuello y manos. Con Rocío, la feminidad se expresa sin aforismos, a plenitud, cargada de las quintaesencias propias de una mujer. Tales atributos femeninos esquivan los estereotipos inherentes a su constitución (estereotipos construidos por la sociedad y los imaginarios colectivos). Rocío los presenta como una alteridad a los absolutismos.

Dos rostros en el fondo transmiten cierto interés, tal vez hasta celos de lo que hace la figura en el centro del cuadro. Es evidente esa larga y fálica pipa que se enciende mientras yace el contenido de una taza de té en el suelo. El erotismo no falta y se expresa en todo lo que encuentra. La mujer blanca, pero oscura —como asevera Junishiro Tanizaki, importante escritor japonés del siglo XX— se muestra en un velo grisáceo que cubre ciertas partes del cuerpo y le otorga profundidad.

La autora se apropia de los fundamentos simplistas del zen y los promueve a su antojo. La desnudez, puede ser vista desde el despojo de lo material a la primera instancia del ser. Con la obra de Rocío García el individuo es rebelde tal como vemos en la postura de la mujer que no siente pudor de enseñar su sexo o prender una pipa; distintivo de la masculinidad. Los códigos se revierten en pos de una tesis personal de la artista y su posición en torno al arte y la vida. En tanto, la ceremonia del té sirve de base a una frugalidad pícara.

Se revierte en la obra un intimismo abrumador. Aunque no sea un patrón totalmente potenciado, sino en sus obras posteriores. Ese arte “físico” se muestra a ras del suelo. Los placeres externos provienen en mayor medida de la naturaleza y de uno mismo. Se aprende a existir con lo necesario. Premisa esta, pertinente a los primeros planos del cuadro.

En el fondo, detrás de la amplia estela floreada, sobresalen dos rostros. Un halo de lo denominado yûgen (misterioso, oculto) se percibe en la reserva que transmiten las miradas. En la obra existe un apropiamiento semántico de lo Oriental —término utilizado desde el eurocentrismo. Este se reconfigura en torno a las expresiones locales y adquiere nuevas fórmulas de traducción en el proceso hermenéutico. La grandeza de la obra y de su autora resalta, sobre todo, en la expresión personal (sello autoral) según los códigos y la sensibilidad japonesa.

Ana Gloria Delgado Rodríguez