Rodrigo Prats y la ilustración musical en Cuba

Rodrigo Prats y la ilustración musical en Cuba

Con 15 años Rodrigo Prats compuso Una rosa de Francia, pieza antológica del cancionero en Cuba y del pentagrama nacional. El origen, nacido en versos de Gabriel Gravier, poeta amigo de la familia, apuntaba en muy buena dirección el futuro del joven Prats.

“Al joven músico le gustó el poema, se sentó al piano y con natural desenvoltura sobre su letra compuso esa hermosa pieza, estrenada poco después con todo éxito en La Habana por el popular cantante Fernando Collazo, y que después le daría la vuelta al mundo en las voces de otros importantes intérpretes cubanos y extranjeros”, afirma la investigadora Josefina Ortega.

Dicha proeza vino de la propia inspiración de Rodrigo, quien estuvo respaldado por un abolengo familiar con varios integrantes reconocidos en el ámbito musical. Entre ellos estuvieron su padre, Jaime Prats, y su abuela materna, Elvira Meireles, recordada como una de las más grandes representantes del teatro bufo en el mayor archipiélago de las Antillas.

Tal dicha, sin embargo, nunca tuvo en Rodrigo un efecto de predestinación. Por el contrario, desde bien joven, con doce años, estuvo ayudando a su familia mediante el trabajo en varias agrupaciones. El talento que siempre lo acompañó nunca le dio alas para creerse más de lo que era. Quizá por ello y por la metódica entrega al trabajo constante y efectivo, Prats llegó tan lejos con una cifra acompasada de experiencias y resultados nacidos al calor de la práctica y la disciplina, el orden y la experimentación de influencias y géneros.

No es casual su participación en esa Trinidad de representantes extraordinarios en la apuesta por elevar el género lírico en el país. Junto a compositores como Ernesto Lecuona y Gonzalo Roig, Rodrigo asimiló los elementos de su ambiente para luego traducirlos desde la aprehensión de la formación musical recibida.

Amalia Batista, una de sus zarzuelas más conocidas, para muchos especialistas representa un parteaguas a la altura de piezas como Cecilia Valdés o María la O, de los autores mencionados anteriormente. Al decir del investigador y compositor Alberto Joya:

“Las tres constituyen el más alto exponente del género lírico en Cuba. Con argumentos relativamente similares en ciertas cuestiones de índole social y dramático, son tres nombres de mujer, tres mulatas representativas de la exuberancia, la sensualidad y la pasión del trópico, en amores ocultos con un hombre blanco (…) lo cual lleva a situaciones obviamente dramáticas por no estar reconocidos por la vida social de la época y lo cual hace del personaje protagónico de la mulata un ser totalmente marginado, discriminado y desdichado en cuanto de amor elegido se trata. Todo este drama, lleno de ilusiones, esperanzas, pasiones, desdichas y venganzas, dan lugar dentro de estas obras, a romanzas llenas de diferentes sentimientos de amor, rencor, despecho, odio y arrepentimiento, a veces mezclados en una misma romanza como muestra de la realidad viva en el ser humano”.

Esa maestría Prats también practicó desde su fecunda y reconocida producción a través de su vida. El repertorio del teatro lírico en Cuba tuvo en él un representante incansable, indetenible y exigente, un ser humano con una impronta reconocida en el teatro, la radio y la televisión, pero también un maestro y un defensor de los valores autóctonos y tradicionales. “Es el compositor cubano, que ha elaborado mayor cantidad de música”, expresó el dramaturgo y crítico Eduardo Robreño.


Quienes lo conocieron o tuvieron el privilegio de compartir escena con él recuerdan su aprecio y disciplina, su valor humano y consejo a los jóvenes intérpretes. Como expresara Alberto Joya:

“En época que no existía la fotocopiadora y la imprenta musical en Cuba tenía sus limitaciones impuestas por razones económicas, Rodrigo Prats copiaba de su propia mano canción por canción, obra por obra, que cualquier artista le pidiese. A veces no copiaba, sino que volvía a escribirla de memoria y de ahí resultan sutiles diferencias de un manuscrito a otro, teniéndolos todos como válidos, unos nos dan unas u otras posibilidades que perteneciendo todas al lenguaje musical pratsiano nos conducen hacia una interpretación acertada. Ayudaba en el montaje de sus obras a los cantantes en sesiones privadas para que llegado el momento del concierto o de la representación teatral estuvieran todos los detalles logrados previamente. Era un hombre verdaderamente querido por todos los que lo conocimos, tratamos y compartimos el escenario con él. Siempre tenía a mano una anécdota, un consejo, una palabra de aliento y de impulso a los jóvenes intérpretes. Un hombre tremendamente exigente en su trabajo y en el de los demás cuando de música se trataba, pero siempre de buen humor. Era un hombre del que siempre emanaba sabiduría y del cual siempre se sacaba provecho. Una gloria de la música cubana”.

Lázaro Hernández Rey