Rubén Rodríguez, eterno Michelangelo

Rubén Rodríguez, eterno Michelangelo
Foto: Lizt Alfonso / Facebook

En la mañana de este martes, falleció en La Habana, el destacado bailarín y maestro Rubén Rodríguez, una de las glorias de la danza en Cuba. Llegue a familia y allegados nuestras sentidas condolencias.

Rubén Rodríguez Martínez se erige como una de las figuras trascendentales de la danza moderna cubana, un artista cuya trayectoria y legado no pueden entenderse sin adentrarse en la complejidad de su cuerpo, su técnica y, sobre todo, su singular capacidad para comunicar a través del movimiento.

Desde sus primeros pasos en este arte, iniciados a la temprana edad de nueve años, Rubén mostró una inquietud artística que iba mucho más allá del simple dominio técnico; lograba a nivel gestual un lenguaje que expresaba la riqueza cultural y emocional de Cuba con una autenticidad pocas veces vista.

Formado en la Escuela Nacional de Danza de Cuba, el joven Rubén no solo absorbió los conocimientos técnicos esenciales para la danza contemporánea, sino que también se impregnó de una filosofía artística que valoraba la conexión íntima entre el cuerpo y la historia, entre la técnica y la emoción.

Su formación fue rigurosa, pero también profundamente humana, y eso se reflejaba en cada una de sus interpretaciones. Como primer bailarín de Danza Contemporánea de Cuba, su presencia escénica era imponente, pero nunca grandilocuente; su fuerza física se combinaba con una sensibilidad que hacía que cada línea de su cuerpo, contara una historia. Su virtuosismo físico era innegable: un cuerpo entrenado con la precisión de un escultor, capaz de movimientos que desafiaban la gravedad y que, sin embargo, nunca perdían la fluidez ni la naturalidad.

Pero lo que realmente distinguía a Rubén Rodríguez era esa capacidad para transformar la técnica en poesía visual, para convertir el escenario en un espacio donde lo tangible y lo intangible se encontraban. Obras como Michelangelo, creada especialmente para él por Víctor Cuéllar, no solo pusieron en evidencia su dominio del lenguaje corporal, sino que también revelaron su habilidad para encarnar personajes complejos, con una profundidad emocional que trascendió la coreografía misma.

Como intérprete en El cruce sobre el Niágara de Marianela Boán, Rodríguez no solo ejecutaba los movimientos con impecable precisión, sino que lograba transmitir la tensión, el riesgo y la vulnerabilidad inherentes a la obra, haciendo que el público no solo viera, sino sintiera cada instante. Su interpretación era una experiencia total, una comunión entre bailarín y espectador que pocas veces se logra en la danza contemporánea. Esta capacidad interpretativa no surgía de la improvisación ni del mero talento natural; era el resultado de años de estudio, reflexión y una entrega absoluta al arte.

Como maestro, Rubén Rodríguez fue igualmente fundamental para la evolución de la danza moderna en Cuba. Su pedagogía no se limitaba a la transmisión de técnicas o coreografías; él enseñaba a sentir, a pensar el movimiento como un acto creativo y político, como una forma de resistencia cultural.

Sus clases y talleres eran espacios de exploración donde cada alumno era invitado a descubrir su propio cuerpo y su propia voz dentro del lenguaje de la danza. Así, su influencia se extendió mucho más allá de su propia generación, dejando una huella indeleble en numerosos bailarines y coreógrafos que hoy continúan su legado.

Rubén vivió la danza no como un oficio, sino como una forma de existencia. Su cuerpo, herramienta y templo, era el vehículo a través del cual expresaba no solo la técnica, sino también la historia, la identidad y la emoción de un pueblo. En cada movimiento suyo se podía percibir la tensión entre la fuerza y la fragilidad, entre el rigor técnico y la libertad creativa. Esa dualidad, tan difícil de alcanzar, era precisamente lo que hacía de Rubén Rodríguez un artista único, un bailarín cuya obra sigue resonando con fuerza en la memoria colectiva de la danza cubana y mundial.

Hoy ocurre la partida física no solo de un bailarín excepcional, sino también a un maestro que supo abrir caminos nuevos, un intérprete que elevó la danza como lenguaje universal, y un ser humano cuya pasión y entrega al arte continuarán inspirando a quienes creen en la danza como una forma profunda y auténtica de comunicación y transformación.

Rubén Rodríguez no solo dejó un legado técnico y artístico; dejó una manera de entender la danza, una manera de vivirla, y perdurará eternamente como ese perfecto Michelangelo.

Fuente: Cubaescena

Redacción Radio Enciclopedia