Sobre la musicalidad apreciativa. Ernesto Lecuona, pianista y compositor, ¿es un clásico vigente en el siglo XXI?

En Cuba existe cierta expresión al uso: “eso es musical”. Se aplica a lo que adolece de poca organización o sistematicidad. La frase es poco ilustrativa de la conciencia de un pueblo reconocido en el mundo entre los más musicales. Pero, consideremos, una musicalidad que no se cultive correctamente nunca llega a consumarse.
Considerando dicha exigencia dedicamos el segmento de crítica cultural a pensar la motivación que solemos estimular en cada emisión: la musicalidad apreciativa. Esta consiste en ofrecer informaciones y análisis sobre compositores e intérpretes, géneros, estilos en provecho de perfeccionar la cultura musical y el buen gusto musical de los públicos desde edades tempranas.
Poco se reflexiona sistemáticamente en las programaciones radiales y televisuales sobre los aportes de un clásico cubano, el maestro Ernesto Lecuona, pianista y compositor. Logró trascendencia universal. A propósito del aniversario 130 de su nacimiento, en Guanabacoa, La Habana, hacemos memoria desde el pensamiento crítico al valorar la relevancia de una de sus piezas emblemáticas: La comparsa.
Dialoguemos con ella; solo así es posible comprender e interpretar lo valedero propositivo del maestro Ernesto Lecuona.
En La comparsa, pieza que tuvo su primera audición pública en diciembre de 1912, entonces Lecuona solo tenía diecisiete años, él despliega la sintaxis musical que lo distinguió. Concibe un lenguaje rico en ideas temáticas mediante motivos rítmicos armónicos de notable trascendencia expresiva.
Pensemos, ¿qué persigue el maestro Ernesto Lecuona en esta pieza de concierto? En ella fluyen la esencia afrocubana fiel a la tradición y las coordenadas de espacio y tiempo singulares en las danzas cubanas. Su incisivo diseño connota los tambores que marcan el tiempo en las comparsas populares. Lecuona es culto y lo transmite a las mayorías. De ahí su grandeza implícita en exquisitas densidades sonoras. Las concibe y programa dramatúrgicamente de manera brillante el genial compositor y pianista al crear una danza cubana. Combina raigambres y renovaciones; desarrolla la originalidad de su estilo que lo ubica entre los grandes del arte pianístico iberoamericano del siglo XX.
Lo patentiza de manera elocuente.
Hacer memoria remite al maestro Ernesto Lecuona. Sólidos recursos técnicos y conceptuales dan fe de la riqueza de facetas demostradas en sus quehaceres compositivo e interpretativo.
Pensemos, el piano constituyó para él un laboratorio esencial. Al dialogar con el maestro y sus repertorios autorales descuellan sus grandes obras para el teatro lírico, Lola Cruz, El Cafetal, María la O.
Otra vertiente culta y popular expone en Canto Siboney y Siempre en mi corazón. Sugerentes son sus ciclos dedicados a la poesía de José Martí.
Urge socializar, promover, y analizar las músicas, sí, en plural del maestro Ernesto Lecuona. Se distinguen por el sentido estético de textos y singularidades musicales. Desaprovechar las ocasiones propicias para conocerlo afecta la perspectiva sociocultural de promoción que merece.
Es un clásico vigente de referencia en el sistema de la enseñanza artística. Nutre la musicalidad apreciativa de las mayorías. Llegar al alma de las personas requiere el seguimiento de rutas críticas. El oído se educa, el gusto se forma. Pensémoslo.
La comparsa de Ernesto Lecuona. Maestro Frank Fernández junto a la Orquesta Sinfónica Nacional de Cuba, bajo la dirección del maestro Enrique Pérez Mesa