Telefilme Árbol negro, en la revista Una calle, mil caminos
¿De dónde venimos? ¿Quiénes somos? Ambas interrogantes suelen ser planteadas en ficciones audiovisuales televisivas; guionistas, directores y equipos creativos son conscientes de que el arte no es un tratado antropológico, ni de otro tiempo; en tanto propuesta dialógica deviene látigo con cascabel para interrogar; provoca desazones, nunca oasis de paz. Lo asumió el colectivo del telefilme Árbol negro, que transmitió la revista Una calle, mil caminos. Fue el de mayor aceptación seleccionado mediante encuestas valorativas en las redes sociales.
El telefilme Árbol negro cuenta la historia del joven Alberto, quien vive en un barrio marginal de Trinidad, donde determinadas experiencias influyen en su transformación personal. Una amplia gama de complejidades imbricadas en el tejido social es abordada por los guionistas Charles Wrapner y María Isabel Nieblas, directora de la obra.
Las problemáticas raciales, migratorias, el respeto a los ancianos, la amistad, el cuidado de los animales, la defensa de la naturaleza, nutren una rica iconografía de temáticas y géneros dramáticos asumidos sin didactismo al educar desde el arte. La agudeza al recrear actitudes positivas y sensibilidades desde una lectura ética renuncia a complejidades incómodas de lo real.
Provocador, sugerente, el concepto narrativo realza calidades artísticas, entre ellas la dirección de fotografía de Yuniel Mentado y la original concepción sonora desplegada por Julio Montoro, quien incorpora la música como un personaje omnipresente en el relato vivido, nunca inocente, pues coloca en la mira desmemorias, tradiciones, mitos, y figuras legendarias de la cultura en Cuba.
¿Cómo llevar adelante ese entramado de profundas connotaciones culturales, filosóficas, en registros verosímiles sobre acontecimientos, conflictos y contextos contemporáneos de hondas raigambres?
Los noveles actores Alejandro Guerrero y Mía Mejías, Alberto y Laura, respectivamente, interiorizan razones, sentimientos, hallazgos reencontrados en los árboles genealógicos de sus familias. La historia se distingue por la valentía y la honestidad intelectual; ambos dan rienda suelta a dudas, sorpresas, sueños. A modo de estilete las escrituras lingüísticas y visuales sacan a la luz el yo implícito en personas, conciencias y almas en provecho de una ficción abierta a transformaciones existenciales. Su densidad emocional borda matices; en dicho proceso participa el televidente en una especie de viaje y, finalmente, el amor salva.
Lideran en el telefilme poéticas sugerentes entendidas esta con el sentido de la conciencia crítica patente en el guion y en la puesta televisiva a partir de un ideal estético: conozcamos las raigambres, quiénes somos, de dónde venimos, para saber hacia dónde debemos ir. Asociaciones logradas en escenas caracterizadoras y preparatorias y el enfoque selectivo fotográfico de la secuencia filmada en el cementerio, lugar sagrado en la memoria perpetua dan fe de la artisticidad de un Árbol negro que le habla a la sociedad para todos los tiempos.