Hubert de Blanck y el sentimiento de Cuba

Hacia 1883, con tan solo 27 años, el músico holandés Hubert de Blanck se radicó en La Habana. El compositor ya tenía una formación profesional establecida en su tierra natal, donde recibió lecciones de su padre Wilhelm de Blanck, y cursó estudios en el Conservatorio Lieja, de Bélgica y en el de Colonia, en Alemania. En ellos perfeccionó sus dotes en composición y armonía, asentadas más tarde durante las presentaciones en reconocidos escenarios de los Estados Unidos y el continente europeo.
Su arribo a tierra antillana no estuvo alejado del acontecer de la nación. Como afirma el escritor, investigador y periodista Luis Toledo Sande, Hubert no tardó en ratificar su profesionalidad artística y orientación política, se vinculó con figuras del arte y fue nombrado presidente de la sección filarmónica de la sociedad Caridad del Cerro y el Conservatorio de Música y Declamación:
“De Blanck tenía ya una vida profesional formada en su país natal y su entorno europeo cuando (…) se radicó en La Habana, y su relación con Cuba estuvo marcada por el amor a la libertad: abrazó la causa independentista de una tierra que, cuando él se estableció en ella, había dado pruebas heroicas de su afán de emanciparse del coloniaje español, y continuaría dándolas”.
Piezas como Danza cubana, Capricho cubano, Souvenir de La Habana y La fuga de la tórtola (en la cual musicalizó los versos de José Jacinto Milanés) dan muestra del amor que tuvo por Cuba. Con motivo de su vínculo con la Junta Revolucionaria de La Habana fue deportado y marchó a Nueva York, donde ejerció como pianista acompañante e impartió lecciones privadas.
Tras concluida la guerra de independencia volvió al mayor archipiélago de las Antillas, regresó a La Habana y fundó el Conservatorio Nacional de Música, que incluía la Sala Espadero, una de las salas de concierto más importantes y mejor valoradas del país por entonces.
Su vínculo con la pedagogía de la música sentó raíces notables incluso después de su partida física. En aquellos momentos estrenó la ópera Patria, primera pieza operística en abordar la gesta independentista. La obra se estrenó de forma parcial el 1 de diciembre de 1899 en el Teatro Tacón, tuvo el libreto de Ramón Espinosa de los Monteros, y fue interpretada por el tenor italiano Michele Sigaldi y la soprano Chalía Herrera.
Pocos años después, el compositor adoptaba de forma oficial la nacionalidad cubana. Sobre el hecho refiere Toledo Sande las siguientes palabras, a tono también con la significación y relevancia de la tal acción: “(…) vale considerarla una declaración de fe en quien seguiría desarrollando al servicio de la cultura de este país una labor que (…) incluyó su condición de vicetesorero del Círculo de Bellas Artes y presidente de la Sección de Música de la Academia Nacional de Artes y Letras, así como la creación de las revistas Cuba Musical y Correo Musical. Y perteneció a la Sociedad Pro-Arte Musical como fundador de honor”.
A tono con ello merece un reconocimiento especial no solo las acciones que desarrolló para la promoción de la cultura y la enseñanza del piano, sino también las labores de conservación desarrolladas por sus hijas, Margot y Olga, y su esposa Pilar Martín.
El legado de este intérprete es preciso valorarlo no solo por las huellas de su trabajo impregnadas en el tiempo (obra por demás difícil y ardua), sino también por el espíritu ceñido a quien justipreció los valores de una tierra y de las personas que en ella vivieron, aspirando a ofrecer su mejor versión, la más útil y necesaria, para fomentar desde el arte todo cuanto de bien tiene la vida.
En palabras de Luis Toledo Sande:
“Rendirle el homenaje que merece y sumar justos reconocimientos a los que recibió en vida, propiciará mostrar, entre otros elementos, una forma respetuosa de asumir creativamente los símbolos patrios, lo que es significativo, porque el necesario y exigible respeto a esos símbolos no debe confundirse con una actitud paralizante, ni llevar a ella.
“En todo caso, por lo menos parece ineludible considerar que el intento de crearla requeriría no ignorar, ni silenciar, la contribución ejemplar con que De Blanck ratificó su amor por Cuba y su libertad, y honró al país que debe honrarlo a él como a uno de sus buenos hijos no solo en la esfera de la música”.