Matanzas, leyenda y ensueño

Una vista preciosa puede apreciar el viajero cuando se acerca a la occidental ciudad de Matanzas por la carretera del circuito norte. El desnivel del terreno y una posición privilegiada hacen que se vea el hermoso panorama de la urbe que reposa junto a la bahía, escoltada por el verde de la vegetación que la circunda y flanqueada por las apacibles aguas del río Yumurí.
Luego el viajero tendrá que pasar sobre ese anchuroso caudal, junto al vetusto puente de hierro por donde todavía circulan los trenes que arriban o salen de la ciudad que, en 1860, Rafael del Villar propuso llamar La Atenas de Cuba por su destacado desarrollo cultural.
Un poco después el visitante puede adentrarse en las entrañas de la tierra para contemplar las espectaculares bellezas que guardan las cuevas de Bellamar y si va un poco más lejos, doblando a la izquierda, le es posible disfrutar de un chapuzón en las cálidas y transparentes aguas de la playa de Varadero, para después visitar Cárdenas, llamada La Ciudad Bandera, pues fue allí donde primero se izó la enseña de la estrella solitaria.
La ciudad de San Carlos y San Severino de Matanzas se fundó en octubre de 1693, en un emplazamiento privilegiado por poseer una gran bahía de bolsa, y estar irrigada por tres ríos, el Yumurí, el Canímar y el San Juan.

Según relata un cronista de la época el nombre de Matanzas le viene por un hecho sangriento, ocurrido precisamente en aguas del Yumurí. En su obra Historia Verdadera de la Conquista de la Nueva España, ese cronista, llamado Bernal Díaz del Castillo, cuenta que los aborígenes que habitaban la región se enfrentaron a los conquistadores ibéricos. Refiere que en cierta ocasión fingieron que ayudarían a un grupo de 30 españoles a cruzar el río en sus canoas y que al estar en medio de la corriente arremetieron contra ellos, dejando solo tres sobrevivientes. Asegura Díaz del Castillo que él, personalmente, conoció a los tales sobrevivientes y los menciona con pelos y señales.
Dudas aparte, lo cierto es que la ciudad, a más de sus bellezas naturales y arquitectónicas, ha gozado también del privilegio de una elevada cultura, acumulando, por sí sola, una gran parte del esplendor del siglo XIX.
En 1813 se introdujo allí la imprenta, lo que se considera que dio inicio a una época dorada en esa región. Luego, en 1835 se fundó la biblioteca pública.
En 1842 vio la luz La Guirnalda, primera revista literaria matancera. En el bienio 1859 1860 se consolida el Liceo Artístico y Literario, y en el 61 resultó en un resonante triunfo la llegada de La Avellaneda.
Cuna de importantes poetas románticos como José Jacinto Milanés, Gabriel de la Concepción, “Plácido”, y Francisco Manzano ha extendido hasta nuestros días esa bonanza, representada hoy por Carilda Oliver Labra, ya fallecida.
También se destaca en las artes el músico José White, un poco más hacia acá Miguel Faílde, el creador del danzón, y más cerca todavía Los Muñequitos de Matanzas, que con tanto acierto cultivan la rumba.
A pesar de la fatídica leyenda que dio origen al nombre de esa ciudad, la herencia de Matanzas es de belleza y de cultura que impresionan al visitante desde que ante él se abre el panorama de la urbe, escoltada por las apacibles aguas del Yumurí.