Mariano Rodríguez, imprescindible y deslumbrante

La posibilidad de mostrar la sensibilidad a través del arte queda demostrada en las obras de sus creadores, en las representaciones de su legado y en el continuo pero denodado esfuerzo para dejar una huella en el tiempo, al amparo de la sensibilidad del público.
En ese contexto, la figura de Mariano Rodríguez no pasa desapercibida. Quien llevara de la mano el lenguaje de las artes visuales destacó como ceramista, pintor e ilustrador, además de incursionar en el vestuario para ballet, el dibujo, el diseño de escenografía y la ilustración de libros.
Los resultados de su impronta dan fe de la vitalidad y significación de sus obras, a menudo referidas desde el campo de la pintura como creaciones exuberantes, dinámicas y alegres. En ellas, el conjunto orquestado alrededor de la vida en sus diversas instancias, atestiguó la impronta de un artista pródigo que trabajó hasta el final de su existencia.
Cual elogio evocador de una mirada inesperada, ante los ojos de Mariano el acto creativo no constituía una imposición sino un pretexto para compartir su mundo. En él fue determinante la escuela muralista mexicana, un parangón decisivo su formación y el cual llevó del brazo con notas propias y definidas.
“(…) Esta etapa formativa (…), que fue cuestionada en su momento, es considerada en la actualidad la piedra clave en la evolución de su carrera (…) Del muralismo mexicano adoptó la paleta terrosa para plasmar las formas corporales sólidas y hieráticas de sus mestizos, inspiradas en la rigidez monumental de la escultura precolombina”, expresó la investigadora Germaine Gómez Haro.
Para la forja de un estilo propio, la forma precedió al lenguaje y la inspiración de las ideas al acto del pincel navegando por el lienzo. En estilos como el cubismo o el expresionismo abstracto y en enfoques como la abstracción geométrica o la figuración, Rodríguez perpetuó instantáneas de Cuba, esa musa inagotable poseedora de la luz y el color que tanto deseó.
“(…) Mariano fue siempre un pintor de vida. Cuando la crítica trató de encasillarlo, cuando intentó subordinarlo a algún rasgo peculiar, definitorio, paradójicamente sólo pudo echar mano a los adjetivos de la insubordinación, y así se dice que su pintura es exuberante, alegre, dinámica, esencial. Por algo el gallo le acompañó de alba en alba (nunca despide al sol; siempre lo anuncia). Cada jornada o etapa de su obra incluye una alegría temprana, como un gallo, una alegría que a veces puede venir maniatada y convicta, pero Mariano supo siempre cómo desatarla, intuyó que en el nuevo amanecer volverían a cantar los gallísimos sueños”, refirió Mario Benedetti, uno de sus amigos más cercanos.
Su vida y trayectoria demuestran cuán lejos puede llegar el arte como ejercicio de soberanía y plenitud desde el goce de la epifanía vital de la existencia.