Rafael María de Mendive: un mentor en pedagogía y en verso

Rafael María de Mendive: un mentor en pedagogía y en verso
El Maestro Rafael Maria de Mendive junto a su alumno José Martí/Foto: Tomada de Habana Radio.

En 1868, al estallar la Guerra de los Diez Años, ya José Martí era alumno de Rafael María de Mendive y Daumy. Aquel maestro inolvidable sufragó los gastos de sus estudios, sembró los valores de patriotismo y honor, y lo amó como su hijo,  lo cual  Martí realzó durante toda su vida, para orgullo de todos.

Mendive fue, al decir del poeta, narrador, ensayista y crítico cubano Cintio Vitier,  “gallardo mantenedor de las más hondas aspiraciones del patriciado cubano y del irradiante colegio de luz”, que dirigía desde que lo fundara en su propia casa, convertido luego también en centro de reuniones literarias y patrióticas.

Sin dudas, le gustaba educar, y así siempre lo hizo; y no solo educar, sino también promover, abrir puertas, preparar para el futuro, vislumbrar el porvenir para sus discípulos, formar hombres íntegros y soñar.

Para Martí,  más que un maestro, fue un padre, y así lo recuerda el hombre de la Edad de Oro, que “lo quiere como un hijo”. Martí supo, por la boca de su maestro, acerca del mundo antiguo y del moderno, y de los grandes sistemas de pensamiento que el hombre había creado.

Él infundió en el Héroe Nacional de Cuba un amor ardiente por los débiles y los oprimidos, y un entusiasmo fervoroso por las acciones heroicas. Pero, sobre todo, supo moldear la inteligencia extraordinaria de su alumno.

Para Mendive, la enseñanza es una obra de infinito amor, porque “el mayor triunfo que pueda alcanzarse en esta lucha será borrar del corazón de ese niño todas las prevenciones, todas las sospechas y aun todo el odio de que se haya poseído, merced a los ejemplos de caridad, mansedumbre, de amor, que envueltos en el saludable manjar podamos proporcionarle a fin de que, al volver ya hombre, al seno de su familia, puede ser, a su vez, no una sombra que la ofusque, sino una estrella que la ilumine”.

Sus discursos y escritos siempre reflejaron una clara concepción acerca de la función de la escuela en la formación de los niños, comprometiéndola con los sentimientos que ha de despertar en los pequeños el conocimiento de la historia, con el carácter práctico que ha de tener la enseñanza, y con el amor y la preparación que han de recibir para su vida en la familia y en la sociedad,  lo que se expresa cuando señaló: “Su mayor triunfo será proporcionar al niño amor, que envuelto en el saludable manjar de la enseñanza pueda volver ya hombre al seno de su familia y de la sociedad para ser no una sombra que las ofusque sino una estrella que las ilumine”.

Sobre Mendive escribió una vez el Apóstol: “¿cómo quiere que en algunas líneas diga todo lo bueno y nuevo que pudiera yo decir de aquel enamorado de la belleza, que la quería en las letras como en las cosas de la vida, y no escribió jamás sino sobre verdades de su corazón o sobre penas de la Patria?

Rafael María de Mendive se considera como un paradigma de hombre que aportó a la educación, en la época que le tocó vivir, un conjunto de valores, como patriotismo, identidad nacional, humildad, fidelidad y generosidad, expresados en la vida de sus más discípulos.

Pero Mendive, con su vasta cultura, fue además un destacado escritor y orador, autor de poesías y obras de teatro, gran periodista. El destacado intelectual, comprometido de palabra y de hecho con la justa causa liberadora cubana de la segunda mitad del siglo XIX, era sin dudas un poeta cultivador de bellos textos y del sentimiento más puro, expresado sobre todo en La gota de rocío, uno de sus poemas más completos y cargado de armonía.Rafael María de Mendive falleció en su ciudad natal, La Habana, el 24 de noviembre de 1886, hace 138 años. Tenía al morir 65 años de edad recién cumplidos. En el teatro Tacón, donde hoy está ubicado el Gran Teatro de La Habana, le tributaron un homenaje póstumo el 20 de diciembre de ese año, en el que participaron algunas de las figuras más destacadas de la cultura nacional de aquel tiempo.

Ana Rosa Perdomo Sangermés