La imagen de Martí frente al tiempo

La imagen de Martí frente al tiempo
José Martí, 1892, con un grupo de emigrado revolucionarios cubanos, a la entrada de la fábrica de tabacos de Vicente Martínez Ibor, en Ibor City, Tampa, Florida. Fotografía tomada por José María Aguirre durante una recepción a Martí en uno de sus viajes dedicados a la propaganda revolucionaria y al acopio de fondos para la nueva guerra. La mayor parte de los que aparecen en la foto, no identificados, eran tabaqueros cubanos que cooperaron devotamente con su esfuerzo y su aporte a la causa liberadora. Junto a Martí el General Serafín Sánchez, José Dolores Poyo, Esteban Candau y Eligio Carbonell. Foto: Portal José Martí

Tal vez esté consignado en la difusa apariencia del recuerdo, el poder de la imagen sobre la memoria, cual calificativo innato que nos retrotrae a tiempos ya transitados en una cápsula visual y de contenido para vivir nuevamente el pasado. Desde ese contexto, en la iconografía de José Martí, establecida en la relevancia y profundidad de su figura como prócer nacional y universal, varios estudiosos han observado la consistencia y virtud en una manifestación como la fotografía que, aun dentro de sus propios derroteros es capaz de complementar por sí misma al universo expuesto en la obra del Apóstol.

Bien como representación, como representación inspiradora de una concepción más amplia de Cuba y sus esencias o como paladín indiscutido de la mejor guía a la que podemos aspirar, las imágenes de la iconografía martiana parten desde el poder singular de la mirada de su protagonista. En ella, la apreciación dirige el pensamiento y fascinó a contemporáneos y sucesores.

Los cuadros alegóricos y los trabajos pertinentes no desligan tal influencia como un apunte final y mesurado de la altura y la cercanía, sin pérdidas ulteriores, en el discurso visual de las imágenes en las cuales aparece. Al decir de los investigadores Ottmar Ette y Titus Heydenreich, coincidiendo con su proyecto patriótico-revolucionario: “Si la modernidad, para él, era lo transitorio, lo efímero, la imagen que de sí mismo quería proyectar hacia la posteridad era la de un hombre sencillo, un ser humano fuera de las modas cambiantes y fuera de los contextos que lo asilaban de su patria”.

El mejor retrato solo y de cuerpo entero, tomado al parecer en Temple may o Bond may, Jamaica, durante su primer viaje a esa isla en octubre de 1892. Fue tomado por el patriota y fotógrafo Juan Bautista Valdés, a quien Martí le dedicó una copia: A un hijo de sí mismo, ejemplo y honra de su patria; a un artista fino y concienzudo, el fraternal amigo Juan Bautista Valdés, de su José Martí. Foto: Portal José Martí

De esa forma, aseveran, la imagen de Martí es, sencilla pero no modestamente, la imagen de un hombre, una creación original en la que el sujeto y el objeto de la creación artística se confunden.

Tal conjunto ha movido a no pocos investigadores y artistas a través de los años. Al decir del poeta, ensayista e historiador del arte Jorge R. Bermúdez, la presencia del Apóstol como uno de los mayores géneros del arte cubano ha sido una de las constantes en sus años de trabajo: “Tanto y tan bien se ha pintado, esculpido, grabado y fotografiado a nuestro Héroe Nacional durante más de un siglo, que bien podría tenerse una idea de la evolución del arte cubano con solo comentar la producción de asunto martiano creada durante este periodo”.

Allí, insiste, están las principales tendencias y movimientos en la historia del arte moderno, con una presencia más o menos afortunada en muchos de los artistas adscritos dichas manifestaciones.

“En esta perspectiva estético-comunicativa, es oportuno destacar el valor referencial que ha tenido su iconografía fotográfica. Casi todos nuestros más importantes creadores visuales tienen su José Martí. Solo a partir de la comprensión que Martí tuvo de la primera imagen técnica creada por el genio humano, como nueva forma de democratizar el arte, el conocimiento y la comunicación, se comprende la importancia que para él tuvo el ‘hacerse retratar’, así como la influencia que estas fotos, huellas visibles de su ingente actuar, han tenido entre nuestros más representativos creadores. No fue casual, que entre sus dedicatorias y retratos llegara a crear una relación realmente literaria, que va desde los versos de sus fotos de juventud hasta verdaderos poemas en prosa en las que se hizo en plena madurez intelectual”, afirma Bermúdez.

Imágenes como la del presidio, la fotografía junto a un grupo de emigrados cubanos en Cayo Hueso, el retrato junto a su hijo José Francisco y el de cuerpo entero en Jamaica ejemplifican la fuerza de una visualidad conocida, que continúa interpelando al buen hacer y la creatividad desde la amplitud magnánima y la existencia breve de su protagonista: el más universal de los cubanos.

Lázaro Hernández Rey